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Jueves 30 de agosto de 2018

Ser Iglesia samaritana en medio del dolor, vergüenza y confusión

Al concluir la Jornada de Planificación de la Arquidiócesis de Santiago, el cardenal Ricardo Ezzati realizó una reflexión acerca de los temas que fueron planteados como líneas de acción de la Iglesia de Santiago para los próximos años.

Fuente: Comunicaciones Santiago

Link fuente: http://www.iglesiadesantiago.cl/

REFLEXIÓN FINAL - CARDENAL RICARDO EZZATI

JORNADA DE PLANIFICACIÓN PASTORAL ARQUIDIÓCESIS DE SANTIAGO 2018

 

De manera de reflexión que concluya esta jornada, en primer lugar quisiera decir una palabra de agradecimiento: cuántos dones el Espíritu ha puesto en el corazón de nuestra Iglesia, en todo lo que ustedes han dicho y manifestado, podemos reconocer la generosidad de la gracia, la fuerza del Espíritu, que suscita tanto bien.

Sin duda alguna, en el campo el Señor siembra y siembra trigo bueno. Es cierto que también crece la cizaña, pero en primer lugar queremos agradecerle a Dios por el crecimiento de tanto bien, de tantas iniciativas, de tantas acciones que reflejan a Jesús en nuestro tiempo y que es parte de la vida de nuestra Iglesia diocesana.

Agradecer a Dios los dones que Él hace presente a través de la entrega, de la generosidad, de la búsqueda de fidelidad al Evangelio, que su Espíritu suscita a nuestra comunidad en cada uno de ustedes, nuestros hermanos.

Efectivamente escuchando todos los días a pastores, laicos, consagrados y consagradas, uno no puede sino dar gracias a Dios por todo el bien que crece en el campo de nuestra ciudad a través de esos humildes pecadores, hombres y mujeres que siguen a Jesús, ungidos por la gracia del Espíritu en el bautismo y en la confirmación. Solamente, antes de venir para acá, conversando con una comunidad que este año celebra un acontecimiento muy especial de vida de su acción y su presencia en Santiago, los Franciscanos, que están celebrando los 450 años del inicio de su presencia en la Alameda, en el templo San Francisco, me contaban algunas cosas: Me decía el prior cómo a lo largo de estos últimos años, especialmente del año pasado y este año, alrededor de la Iglesia de San Francisco se ha manifestado y ha crecido la presencia de tantos pobres que no tienen domicilio y que están viviendo y durmiendo en la calle. Me decían que el comedor que tienen, donde todos los días ofrecen desayuno, este año pasó de 100 personas a 200 y más.

Cómo no reconocer y agradecer los dones que uno percibe por ejemplo en el diálogo con la pastoral de migrantes, cuando la semana pasada me hacían ver cómo ha crecido en el ámbito de la arquidiócesis las casas que acogen, iniciativas, algunas de la arquidiócesis como tal y otras que son de personas cristianas que viven en el sector, y que han abierto las puertas de su casa para acoger a algún migrante sin techo.

Y podríamos multiplicar estos signos que nos permiten agradecer a Dios, como Jesucristo y su Espíritu sigue actuando en el corazón de cristianos muy sencillos, de cristianas muy entregadas en tantos ámbitos de nuestra vida diocesana.

Agradecer también a Dios por esta iniciativa y por lo que hemos vivido en estos días y aquí también cuántos desafíos e iniciativas que hay que implementar, pero también gracias a Dios por lo que el corazón de nuestra Iglesia ha manifestado en nuestro encuentro, surge como esperanza y como signo concreto de amor a Dios en nuestros hermanos.

Quiero agradecer de una manera muy especial a todos los que han participado en esta jornada, a la Vicaría de Pastoral, que ha llevado adelante el peso de la organización y de la reflexión y, lo más importante, a todos ustedes que han dado de sí lo mejor para que las conclusiones sean por lo menos sean compartidas y fecundadas por la gracia del mismo Espíritu.

La primera palabra por consiguiente: agradecimiento, agradecer. La segunda palabra, quisiera volver a repetir lo que dije al comienzo de este encuentro a partir del texto de Juan en la figura de Nicodemo, es preciso nacer de nuevo. Sin duda alguna, la evaluación de lo que estamos viviendo, de lo que hemos vivido, nos pone de relieve con una fuerza inusitada la necesidad de nacer de nuevo, pero este nacer de nuevo para nosotros, lo sabemos muy bien y lo dice con claridad Jesús, no es solamente obra de ingeniería humana, no es solamente obra de ingeniería médica, sino que es obra del Espíritu.

Solamente Dios puede permitir que siendo viejos, entremos nuevamente en el seno de la Iglesia como Cristo la ha querido para nacer de nuevo. Ya Tertuliano en los primeros siglos de la Iglesia, decía que uno no nace cristiano, sino que se va haciendo cristiano y se va haciendo cristiano en el seno de la comunidad eclesial. Es preciso nacer de nuevo, pero este nacer de nuevo no será nunca, vuelvo a insistir, obra de las fuerzas humanas, de nuestra razón, de nuestra inteligencia o de nuestra estrategia. Brota fundamentalmente de un Dios que quiere trabajar con nosotros en alianza, porque la cabeza es Cristo y nosotros somos los miembros y nacemos de nuevo, cabeza unidos a ella, todos los miembros. Sin la unidad con la cabeza no podemos formar el cuerpo eclesial, sin la comunión entre nosotros no podemos formar el cuerpo eclesial.

Sarmientos separados de la vid nunca darán frutos; sarmientos separados unos de otros nunca producirán el fruto abundante que la vid quiere producir. “Sin mí no pueden hacer nada”. Fíjense que Jesús no dice que “sin mí pueden hacer muy poco”, “sin mí no pueden hacer nada”.

En tercer lugar, vamos haciéndonos cristianos, retomando la imagen de Tertuliano, en un itinerario responsable y orgánico; en un itinerario que supone de parte nuestra asumir el proceso de la parábola del sembrador, del grano de trigo que cae en el suelo, que aparece como un tallo verde que finalmente da la espiga, y la espiga que madura. Esto es un proceso, la espiga está presente en el tallo verde; el grano maduro está presente en la espiga que recién aparece, pero llega a ser de verdad grano maduro cuando, al final de ese proceso, se transforma en trigo y en trigo bueno.

El itinerario eclesial, que finalmente es la acción pastoral, requiere ser un itinerario responsable y orgánico. En algunas ocasiones, conversando con expertos en evaluación, nos decían que la Iglesia en su organización tiene un gran defecto, y el defecto viene del mal entendido de una virtud. Nos decía si la manera con la cual se realizan los procesos orgánicos de responsabilidad y de responsabilización se aplicaran en las estructuras de la Iglesia al igual que se hace en una empresa, ciertamente muchas cabezas habrían rodado. Doy algunos ejemplos que daban esos expertos.

Hace cinco años que la Iglesia de Santiago ha promulgado su legislación en relación, por ejemplo, con la participación en los consejos de las parroquiales, en los consejos de asuntos económicos, en las dobles firmas. Un vicario que visita la parroquia y que se da cuenta que un párroco o una comunidad eclesial por comodidad le dice al párroco: “No, preocúpese usted de esto”, ya estaría cortado. Y eso, por supuesto, para nosotros no nace simplemente de una actitud de vigilancia policial sobre lo que hay que hacer, eso es fruto de una organicidad responsable, de un proceso del cual todos tenemos que hacernos cargo por vocación, que es mucho más que por una obligación profesional, por vocación.

Si nosotros, por ejemplo, dando otro ejemplo que me daban, pudiéramos medir con los criterios de la evaluación cómo se realiza la educación religiosa en nuestros colegios, muchos directores, muchos responsables de pastoral estarían fuera del sistema. Nuestra manera de valorar, de evaluar no es simplemente eso, estamos llamados a vivir una acción pastoral, un itinerario pastoral orgánico y responsable por una motivación que es muy superior. Como dice san Pedro, no por un poco de oro, que no tiene significado.

Me refiero en particular a la primera gran línea de acción que se propone y que se refiere justamente a ser una Iglesia samaritana que atienda la situación difícil, vergonzosa por la cual vive la Iglesia de Santiago y la Iglesia de Chile. Aquí quiero decir una palabra muy fuerte y muy clara: el pecado y el daño no consiste en que esto haya aparecido a la luz, sino el pecado y la gravedad de este pecado, de este delito, está en que se ha cometido. La mentira no es mentira cuando es descubierta, es mentira cuando se miente, un abuso no es abuso, no es crimen porque se descubre, sino porque se ha realizado. Si este momento para todos nosotros es un momento de confusión, vergüenza, de dolor es porque lastimosamente hechos de esta naturaleza han acontecido en la historia de nuestra Iglesia y de la Iglesia de Chile. Ese es el pecado, y el pecado es también que si habiendo conocido situaciones que se dieron, lo hubiéramos ocultado.

El hecho es que la inmensa mayoría de los actos abusivos han tenido realidad hace 15, 20 años en su mayoría. Hay algunos que son recientes de los cuales tenemos que sentirnos particularmente responsables. Esto no quiere decir que tengamos todos una responsabilidad frente a eso, y lo tenemos justamente porque la Iglesia es un cuerpo, y nos lo recordaba el Papa Francisco en una carta que envió hace unos días atrás, a raíz de lo que apareció en EE.UU: “cuando un miembro de la Iglesia sufre, todos sufren”.

No se trata de quitarnos responsabilidades y como lo ha dicho el Santo Padre, buscar culpables simplemente de esto. Lo que tenemos que hacer es asumir nuestras responsabilidades eclesiales, las responsabilidades personales y ponernos justamente en un camino, ese camino que el Papa  nos ha dicho, del nunca más.  A mí me parece muy significativo que la Iglesia de Santiago, después apoyada también por la Conferencia Episcopal en su última asamblea, haya dibujado una organización, disculpen la palabra, algunos lo han llamado mesa, otros una delegación, otros una vicaria, creo que la palabra mesa puede ser muy interesante para enfrentar esta realidad en todos sus ámbitos, y para enfrentarla también orgánicamente.

Estamos buscando, y la Vicaría General de la Arquidiócesis está empeñada en ello, en buscar a la persona que pueda ser de cabeza para darle a todas las iniciativas que se refieren a este gran objetivo que nos hemos planteado, la organicidad y también la fecundidad que de ella todos esperamos. 

Y termino esta intervención invitando a toda la Iglesia de Santiago, en particular a quienes estamos animando procesos pastorales en el seno de nuestra Iglesia a vivir esa actividad con la cual el Santo Padre nos invita a vivir. Pido que la Iglesia de Chile se ponga en estado de oración, nos ha dicho el Papa y lo ha pedido en varias ocasiones.

Estamos terminando el mes de la solidaridad y comenzamos el Mes de la Patria dedicado fundamentalmente a orar por nuestro país y a pedirle a la Virgen del Carmen que nos acompañe en nuestro caminar de Iglesia para apoyar con un estilo evangélico, nuestro servicio a los más pobres y a los más necesitados. No olvidemos que es esa oración la que nos puede ayudar a fijar nuestra mirada en Jesús para ponerlo en el centro y para ponerlo en el centro en todos aquellos con los cuales Él se identifica, especialmente con los más necesitados, los pobres, los niños, los jóvenes, los que ha sufrido violencia, los que ha sufrido abuso de toda naturaleza.

En la medida en que cada una de nuestras familias, de nosotros en particular, de nuestras comunidades eclesiales, se ponga delante de Jesús, sabrá encontrar también la fuerza, la energía, para vivir como discípulos y misionero suyos. Que el Señor nos bendiga y la Virgen Santísima del Carmen acompañe el caminar de nuestra Iglesia.

Muchas gracias por todo.