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Miércoles 17 de febrero de 2021

Editorial: Acompañar a Jesús es solidarizar con los hermanos y hermanas

Por: Monseñor Alberto Lorenzelli, Obispo Auxiliar de Santiago

Fotos: Nibaldo Pérez

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/febrero2021/7.php

Cada año se lleva a cabo la Cuaresma de Fraternidad. El tiempo de Cuaresma se encuentra habitualmente asociado a acciones de oración y penitencia. Pero en nuestro tiempo ya se ha hecho tradición el que no sólo consista en actitudes individuales de escucha orante de la palabra y de privaciones personales. Junto a estos modos de preparación para la Semana Santa, se ha perfilado con más nitidez que este tiempo se asocie también a las acciones de solidaridad con los hermanos y hermanas, especialmente las más necesitadas.

El Dios en que creemos es misericordia incondicional, cualquiera sea la magnitud de la falta con que su Pueblo haya desatendido a sus promesas. No importa cuál haya sido la ofensa, como el extremo crucificar al Hijo en la cruz y seguir crucificándolo hoy en cada abuso cometido a otros, Dios no dejará de ser misericordioso con nosotros. Pero la misericordia de Dios no consiste en proponer una relación contractual y de reciprocidad matemática, privatista o intimista entre Él y cada uno por separado. La enseñanza de la parábola del buen samaritano no es “esto te dí, esto me debes, vendré a cobrarte”, sino que ante el ejemplo de fraternidad sin medida del samaritano frente al desconocido y necesitado, el comportamiento que conduce a la vida eterna es “haz tú lo mismo”: sin que medie deuda de por medio, haz tú por el otro cuanto esté a tu alcance para sostenerlo en su necesidad y para que él mismo pueda ser solidario después con otros, tal como Dios mismo te amó sin medida y sin mérito de por medio y te da ahora la posibilidad de difundir su amor a otros.

La misericordia de Dios le surge desde las entrañas. Frente al pecado de todos nosotros, que se traduce en diversas formas de desamor hacia nuestros semejantes –algunas de ellas sibilinas, otras brutales- la respuesta misericordiosa de Dios procura enternecer el corazón endurecido de quien vive en una falta que en  su raíz es un soberbio delirio de omnipotencia. Por eso el signo de la ceniza nos viene a recordar nuestra pequeñez: “Recuerda que eres polvo y en polvo te has de convertir”. En efecto, es la pretensión de autosuficiencia la que nos aparta de nuestros semejantes y del amor gratuito de quien nos ha regalado el don de vivir y nos mira no como un jefe, sino como un papá o una mamá mirarían a un hijo, cualquiera fueran sus tropelías. Dios tiene una voluntad tenaz de no ser Él quien interrumpa el diálogo de salvación con todos nosotros, sino de renovarnos una confianza para que rectifiquemos nuestros fallos y nos abramos a la posibilidad de profesarnos amor mutuo e incondicional.

El Papa Francisco, en sus mensajes anuales de Cuaresma, ha pedido no separar la práctica de la limosna con la preocupación por construir instituciones y estructuras políticas, económicas y sociales más justas. Estas acciones no se contraponen, sino que se debieran complementar. El año pasado convocó a economistas jóvenes, empresarios y responsables de decisiones públicas a pensar una economía de espíritu evangélico inspirada en el ejemplo del Pobre de Asís. A otra escala, todos nosotros somos convocados este año 2021 en Chile a distintas e importantes decisiones cívicas, en medio de una crisis de alcances planetarios, que han estremecido los cimientos de nuestras sociedades, cuyas patologías han quedado en evidencia. Sin renunciar a los anhelos de justicia, ¿pueden el estilo y la práctica de la misericordia hacer la diferencia, inclinar la balanza, para construir una sociedad más cohesionada, más preocupada del que puede menos, más cuidadosa de la vida y del entorno? ¿Puede ser la misericordia incondicional, también en nuestras relaciones mutuas, lo que vaya estableciendo un tejido de relaciones humanas donde el cuidado que nos profesamos vaya erradicando la violencia con que buscamos dominarnos unos a otros, donde nos escuchemos con sinceridad y sin prejuicios o estereotipos que nos descalifican de antemano?

La Cuaresma de Fraternidad, que en estos últimos años ha estado orientada a apoyar la acogida a los inmigrantes, pero que en otras ocasiones ha ido o irá en auxilio de personas mayores, o de los niños sin una familia, o de los presos que se deshumanizan en las cárceles, es una oportunidad de solidarizar con la entrega que Jesús estuvo dispuesto a hacer por nosotros, y de cargar, no sólo con ánimo doliente o apesadumbrado, sino con también alegría y esperanza, con la necesidad de cada hermano y hermana. Porque, como tan bien decía una campaña de Cuaresma de Fraternidad de hace unos años, “¡No pesa, es mi hermano!”

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