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Miércoles 16 de febrero de 2022

El Cristo de las Trincheras y la "pedagogía de la oración breve"

La impresionante figura que evoca el horror de la guerra forma parte del patrimonio de la Iglesia de San Lázaro, que cumple tres décadas como Monumento Histórico. La comunidad a la que acoge busca hoy ir más allá de su carácter más bien "de paso" e impulsar la vida parroquial.

Periodista: Felipe De Ruyt

Fuente: Iglesia de Santiago

Link fuente: https://www.iglesiadesantiago.cl/

El imponente perfil de la Iglesia de San Lázaro es uno de los puntos dominantes del antiguo barrio acomodado de Santiago situado entre Alameda, la actual Ruta 5, avenida Matta y República, hoy con intensa presencia universitaria y migrante. Este año, el templo celebra 30 años desde su declaración de Monumento Histórico, reconocimiento a una relevancia que no ha menguado. Entre sus tesoros se cuentan elementos como un antiguo órgano, completo en su estructura -pero que en la actualidad espera una importante restauración- y figuras religiosas que despiertan la espontánea veneración de muchos fieles.

Una de ellas es una misteriosa efigie mutilada de Cristo. El gesto de dolor de la figura, probablemente un antiguo crucifijo, se ve reforzado en dramatismo por la destrucción que ha sufrido. Le faltan brazos y piernas y una profunda herida le ha arrancado gran parte del pecho.

Una placa metálica lo bautiza como el "Cristo de las Trincheras" y esboza brevemente una interesante historia, que rememora la vida de dos hermanos. Uno fue un valiente héroe de la aviación, y el otro, un sacerdote de larga y relevante vida pastoral que incluyó la colaboración con un joven San Alberto Hurtado.

RESCATADA EN EUROPA

Según lo que han podido reconstruir investigadores y curiosos, el Cristo fue traído a Chile desde Europa poco después de la Primera Guerra Mundial por el aviador chileno Armando Cortínez, quien en 1919 había cumplido la hazaña de volar ida y vuelta a Argentina cruzando la Cordillera de los Andes en su sección más alta.

Esto lo hizo a bordo de uno de los frágiles aparatos de esa época, hechos de madera y tela, en los que se viajaba a la intemperie, sin cabina cerrada. "Usaban diarios debajo de la ropa de vuelo para abrigarse. No tenían el conocimiento técnico de meteorología, de los vientos de altura, ni contaban con radioayudas o comunicaciones de ningún tipo. Tampoco había muchos lugares para aterrizar con aviones que, además, no tenían frenos en su tren de aterrizaje. Había que ser valeroso", explica Eduardo Werner, experto del Museo Nacional Aeronáutico y del Espacio.

Además, Cortínez comenzó su hazaña "a la mala": se llevó el avión Bristol sin permiso desde la base El Bosque, para emular a su colega Dagoberto Godoy, quien había cruzado la Cordillera meses antes, describe el investigador Héctor Alarcón.

El autor, quien trabaja en una biografía todavía inédita del pionero aéreo, confirma otro detalle: como el piloto tuvo que despegar sin brújula, tenía a bordo una pequeña imagen de la Virgen cuya sombra le sirvió para orientarse en el vuelo sobre las montañas, como un reloj de sol.

"Muchos aviadores tenían un vivo sentido religioso. La mayoría, como hizo Dagoberto Godoy, llevaban escapularios al volar", señala.

La religiosidad de Cortínez era reforzada por la profunda cercanía con su hermano Arturo, quien fue párroco de San Lázaro a principios del siglo 20. "Cuando Armando viajaba, lo primero que hacía era ir a ver a su hermano y tengo entendido que incluso alojaba en la parroquia. Aunque era más bromista y juguetón, diferente al sacerdote, los dos eran muy unidos", indica Alarcón.

Y así fue como se anudó la historia del Cristo. Convertido en héroe y perdonado por su falta al "robarse" el avión, el piloto Cortínez fue enviado a Europa como premio. Allí encontró la figura, que originalmente habría pertenecido a una iglesia del siglo XV y terminó, en medio de la horrorosa destrucción causada por la guerra, en el fondo de una trinchera donde quizá fue el consuelo de los soldados, hasta que el conflicto terminó y quedó olvidado en el campo de batalla.

Mientras tanto, su hermano cura estaba afanado en la reconstrucción de San Lázaro, arrasada por un incendio. De esta manera, Cortínez embaló la imagen, la trajo a Chile y se la regaló al párroco para su renovada iglesia.

"Armando era muy loco, muy divertido", relata Bárbara Cortínez, descendiente del aviador, quien tiene recuerdos de niñez de los dos hermanos. En cambio, Arturo, el sacerdote, era muy ordenado y puntilloso.

Más tarde, Armando tuvo gran cercanía con su sobrino Carlos, el abuelo de Bárbara y también piloto, famoso por acrobacias como la que realizó en un Clásico Universitario en los años 40. Los dos se divertían juntos haciendo bromas que se recuerdan hasta hoy en la familia.

UNA "BETANIA" EN EL CENTRO

El padre Alejandro Abarca, actual párroco de San Lázaro, es un gran conocedor de la historia del templo y del histórico barrio en el que se encuentra, además de custodio de los antiguos documentos de la parroquia que salvaron por milagro del gran incendio de 1928.

Sobre la figura del Cristo, confirma que hasta hoy se acercan a ella fieles para hacer alguna petición o rezar. "Somos una iglesia de centro y de paso, y recibimos mucha gente que viene a trabajar en el sector. Son personas que en su trayecto a casa entran unos momentos para hacer una oración y, entonces, los santos y las imágenes tienen para ellas esa pedagogía de la oración breve, esa metodología tan antigua de vivir la fe", explica.

El padre Alejandro revela que están embarcados en la iniciativa de ir un poco más allá de este carácter "de paso" e impulsar más la vida parroquial. En lo fundamental, precisa, "hemos tratado de explorar una dimensión de la vida cristiana que es justamente la figura de Lázaro, de quien el Evangelio dice que es el amigo de Jesús", expone.

En esa dirección, "hemos tratado de hacer una experiencia en la que la parroquia sea como una Betania donde vienen los amigos de Jesús, en la que se sientan bien y que sea acogedora, de puertas abiertas", enfatiza.

En eso ha ayudado mucho la participación de los migrantes. "La experiencia de la vida pastoral con ellos es de una riqueza tremenda", reconoce.