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Viernes 1 de abril de 2022

Editorial: Los tiempos son lo que somos nosotros

Por: Pbro. Andrés Moro Vargas - Vicario para la Educación, Vocero de la Iglesia de Santiago

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/abril2022/

“Dicen que los tiempos son malos, difíciles. Vivamos bien y los tiempos se volverán buenos. ¡Nosotros somos los tiempos! ¡Los tiempos son lo que somos nosotros!” Este pensamiento de San Agustín viene a nuestro encuentro al reflexionar sobre los tiempos tan difíciles e inciertos que, en tantos planos, estamos viviendo. Muchos podrían esgrimir sobradas razones en favor del abatimiento, pero en su reciente carta pastoral Tiempo de sinodalidad, tiempo de alegría, nuestro pastor Celestino afirma que vivimos en un tiempo hermoso.

Aun cuando los condicionantes psicológicos, sociológicos, naturales o históricos sobre nuestros comportamientos pueden inclinarnos hacia modos de convivencia que luego lamentamos, siempre sobrevive la apelación a construir desde nuestra finitud que es la residencia de nuestra libertad, una humanidad mejor en nuestra casa común.

El pensador francés Gabriel Marcel advertía en contra del “espíritu de abstracción”, aquél que ve la realidad como grandes totalidades homogéneas desatendiendo la presencia efectiva de la experiencia particular. Cuando se supera este vicio, aun cuando se trate de esfuerzos desde lo pequeño, se hace justicia a la capacidad de agencia de cada uno de nosotros en su realidad local. No se renuncia a comprender la sociedad en sus estructuras ni se minimiza su importancia, pero se rescata que cada uno, desde su humilde lugar, puede ser agente de tiempos mejores.

Pensemos en tantas pequeñas iniciativas de solidaridad durante la pandemia, desde las que permitieron alimentar familias hasta las que hicieron posible que los niños y niñas continuaran sus estudios. Es cierto que no se pudo hacer todo lo que se quería, pero cuánto peor habría sido todo si esa enorme multitud de modestas iniciativas no se hubiera llevado a cabo, convirtiendo ese tiempo de penuria y dolor en un tiempo, pese a todo, cargado de belleza humana. La preparación de la Semana Santa guarda algunas semejanzas.

Para muchos, predomina la conmemoración de la muerte de Jesús y su descenso a los abismos. Y sin embargo, en la mentalidad de muchos creyentes no se le deja un espacio equivalente a la celebración de la resurrección, el triunfo de Jesús sobre la muerte. En la escena del sepulcro vacío, sin ser reconocido, Jesús pregunta a Magdalena: “¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?”, y sólo entonces Magdalena entendió que era Jesús, que no había que buscarlo en medio de los muertos, y que se le encomendaba a esta mujer llevar la alegre noticia a sus condiscípulos.

El seguimiento de Jesús no es el seguimiento de una doctrina, y mucho menos de un silogismo práctico, siempre el mismo, de resultados inequívocos. El seguimiento de Jesús es el encuentro personal con él, que desde una realidad histórica, geográfica y cultural distinta de la nuestra puede decirnos algo perenne que haga mejor nuestra vida y la de nuestras comunidades. Tener los ojos puestos en él puede ayudar a nuestro discernimiento de la realidad en condiciones siempre cambiantes.

Por eso nuestro pastor pide poner especial atención en los jóvenes, las mujeres y la sinodalidad, de manera que en un ambiente de diálogo en apertura al Espíritu Santo podamos encontrar los estilos personales y los cambios de estructuras que faciliten mejor nuestra capacidad de amar.

Con este espíritu, que rescata la capacidad de agencia y transformación de cada persona y cada comunidad que desea seguir a Jesús en el encuentro personal con Él, pido a los lectores un encargo especial en mi condición de Vicario para la Educación.

Así como hay muchas expresiones que enseñan que los signos del Reino son activos, perseverantes y crecientes, hay también realidades dolorosas y difíciles de transformar. Difíciles pero no imposibles si nos lo proponemos y somos perseverantes en ello y hacemos caso del pensamiento de San Agustín. Me refiero al bullying, que es ese abuso repetitivo en contra de alguien débil en nuestras comunidades escolares, y del que hemos conocido casos graves y reiterados en el regreso a las clases presenciales.

Para algunos, en el origen del bullying podría encontrarse el deseo de obtener estatus o ser respetados mediante el temor que infunde el uso de la fuerza física o psicológica. Sea esa u otras las causas de este mal, lo que trasluce es la pretensión que nuestras relaciones mutuas están regidas por el afán de dominio y de revancha, y no por el respeto de nuestra común dignidad.

Revertir esta pretensión y conseguir que nos veamos de otro modo en el que el más débil es el predilecto de la comunidad, y que nuestro deseo de apoyarlo es para que él mismo puede ser un apoyo después para otros que vengan tras suyo, implica un enorme cambio cultural, que requiere intervenciones de especialistas y el abordaje de causas probablemente complejas y múltiples. Sin embargo, poco de eso podrá transformar eficazmente esta situación si no creemos resueltamente que este cambio puede iniciarse y que puede originarse en cada uno de nosotros, en nuestra familias, barrios y escuelas. Entonces, ánimo, “¡Los tiempos son lo que somos nosotros!”.