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Artículo

Jueves 2 de junio de 2022

Palabras de monseñor Alberto Lorenzelli: "Tiempo de alegría"

Este jueves 2 de junio se celebró el Día de la santificación del Clero en el santuario de Schoenstatt de La Florida. Asistieron presencialmente sacerdotes de la arquidiócesis, quienes pudieron compartir momentos de reflexión, de conversación y amistad. En la ocasión, monseñor Alberto Lorenzelli, Vicario General, hizo una reflexión en torno al tiempo de sinodalidad y la alegría. Léela a continuación.

Fuente: Dirección de Comunicaciones

Quiero comenzar mi exposición con un texto de A. Saint-Exupéry, El Principito: «Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Transmite primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho».

 Voy a compartir con ustedes cuál es ese mar libre y ancho que anhelamos como sacerdotes en la Iglesia y en el mundo, es decir, cuál es la meta, el horizonte, para el que ciertamente habrá que construir un barco.

 Los invito a soñar en ese mar libre y ancho. Soñemos con un presbiterio en acción, con un Pueblo de Dios santo en salida ... pensemos que es posible vivir el sueño misionero de llegar a todas las personas. Mi intención, esta mañana, es suscitar en ustedes el anhelo de la alegría y la esperanza, premisa para la santidad, una santidad comunitaria y misionera, evangelizadora... porque este es el sueño que debemos perseguir.

 La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.

 La gente de hoy tiene necesidad ciertamente de palabras, pero sobre todo tiene necesidad de que demos testimonio de la misericordia, la ternura del Señor, que enardece el corazón, despierta la esperanza, atrae hacia el bien. ¡La alegría de llevar la consolación de Dios!

 La alegría

 A veces parece que nos hemos acostumbrado más a las palabras: “problema”, “dificultades”, “crisis”, “cansancio”, “pérdida”, olvidándonos de la palabra alegría. Hablamos de crisis institucional, crisis social, crisis climática, crisis bélica, crisis sanitaria, crisis de las vocaciones, crisis de la fidelidad en el ministerio… Y, tristemente, se nos ha olvidado hablar de la alegría.

 En un mundo de desconfianza, desaliento, depresión, en una cultura en donde hombres y mujeres se dejan llevar por la fragilidad y la debilidad, el individualismo y los intereses personales, se nos pide introducir la confianza en la posibilidad de una felicidad verdadera, de una esperanza posible, que no se apoye únicamente en los talentos, en las cualidades, en el saber, sino en Dios. A todos se nos da la posibilidad de encontrarlo, basta buscarle con corazón sincero.

 Por eso me ha parecido tan sugerente que el título de la Carta pastoral que nuestro Arzobispo nos ha entregado a inicios de este año haya traído de vuelta esa palabra: “Tiempo de sinodalidad, tiempo de alegría”. Don Celestino, recordando las palabras del Papa en Evangelii gaudium, nos ha dicho que “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de quienes se encuentran con Jesús”. Son hermosas y ciertas las palabras del Papa, pero, ¿no habrá que sincerarse respecto de esto?, ¿no habrá que preguntarse si somos felices y por qué? Y digo esto sin caer en la ingenuidad de creer que no hay dificultades, pues las hay, y algunas graves y urgentes.

 No obstante, a ratos pareciera que se no escapa esa vida feliz que el Señor quiere para nosotros cuando, sumidos en el trabajo y en los problemas, parecemos una “cuaresma sin Pascua” (EG 6). A todos nos pasa, me incluyo como el primero, que perdemos la alegría y caemos en la tristeza, el desencanto y la desesperanza. Algunos productos de las muchas ocupaciones y cargas que conlleva el ministerio; a otros porque el primer amor de su vocación se ha ido apagando con los años y las tentaciones acechan; otros por cansancio, molestia y desolación frente al curso que la Iglesia toma en situaciones puntuales… También la partida de hermanos en el ministerio nos deja tristes, descolocados, molestos, responsables, y nos hace cuestionarnos el valor de las redes de amistad y de vida comunitaria. Al final terminamos diciendo como el pasaje bíblico: “Me encuentro lejos de la paz, he perdido la alegría” (Lm 3,17).

 Insisto en que no es una aproximación superficial o ingenua a la alegría que desconoce las situaciones complejas. Pero es justamente esa experiencia por la que Jesús dio la vida y que abunda en el Evangelio: “Les anuncio una gran alegría” grita el Ángel (Lc 2,10); “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador”, dijo la Virgen; “Felices ustedes…” (Mt 5,11) proclamó Jesús y agregó: “Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su alegría sea completa” (Jn 15,11).

 Como decía, me ha inspirado el título de la carta de Don Celestino y creo que “hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta, pero firme confianza” (EG 6).

 Estoy consciente de que la alegría no se vive del mismo modo en cada uno de nosotros ni en todas las etapas y circunstancias de la vida, incluso en aquellas que son a veces muy duras. Nuestra alegría se adapta y se transforma, y creo que permanece siempre al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser amado, más allá de todo, más allá de nosotros mismos…

 Hay alegrías que celebran un triunfo, la salida de una situación penosa y angustiante, como la de Miriam, la profetiza del Éxodo. El canto que ella entonó después de la salida de Egipto es uno de los primeros pasajes que se escribieron del testamento hebreo. Así, podemos decir que la Biblia comienza cantando la alegría de ser salvados. El pueblo ha cruzado ya el mar de las cañas y el Señor ha detenido los carros del Faraón. Entonces, librados de sus perseguidores,

 “Miriam, la profetisa, hermana de Aarón, tomó en sus manos un tamboril, y todas las mujeres iban detrás de ella, con tamboriles y formando coros de baile. Y Miriam repetía: «Canten al Señor, que se ha cubierto de gloria: él hundió en el mar los caballos y los carros»” (Ex 15,20-21).

 No convendrá preguntarse hoy: ¿De qué me ha librado el Señor? ¿Qué experiencia que me perseguía con intención asesina ha detenido el Señor pensando en mi bien? ¿Por qué podría decir hoy que le debo la vida al Señor?

 Está también la alegría del Salmista que encuentra respuesta a sus preguntas:

“Me has dado a conocer la senda de la vida;

me llenarás de alegría en tu presencia” (Salmo 16,11).

 Y la alegría inquebrantable de Habacuq a pesar de que solo ve ruina:

“Aunque la higuera no florece todavía,

ni se recoge nada en las viñas;

fracasa la cosecha del olivo y los campos no dan alimento;

aunque no hay ovejas en los rediles

y no hay bueyes en los establos.

Yo me alegraré en el Señor,

me regocijaré en Dios, mi salvador” (3,17-18).

 ¿Qué alegría descubro más allá de mis preguntas, inquietudes, problemas… o incluso en ellos mismas?

 Está también la alegría de Sofonías, feliz por haber experimentando la misericordia:

¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel!

¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén!

El Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti […]

El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti:

ya no temerás ningún mal (3,15-15)

 y la alegría de Pedro, que no es ingenua:

No se extrañen de la violencia que se ha desatado contra ustedes para ponerlos a prueba, como si les sucediera algo extraordinario. Alégrense en la medida en que puedan compartir los sufrimientos de Cristo. Así, cuando se manifieste su gloria, ustedes también desbordarán de gozo y de alegría (1 Pe 4,12-13).

¿En qué he sido o estoy siendo perdonado? ¿Qué sentencia pesaba sobre mí y ya no está? ¿Qué alegría experimento incluso cuando soy perseguido, maltratado, incomprendido?

 El secreto de la alegría

 La revelación cristiana, los grandes pensadores antiguos y modernos, incluso hombres y mujeres de ciencia, nos han hecho ver que “el hombre es humano en la medida en que se pasa por alto y se olvida de sí mismo entregándose a una causa a la que servir o a una persona a la que amar”.[1]

 El psiquiatra vienés Víktor Frankl alertó frente al peligro de encerrarnos exclusivamente en la autorreflexión de nuestros caprichos y satisfacciones sensibles, de nuestros éxitos y fracasos, de nuestros bienes presentes y de nuestras seguridades futuras, pues al hacerlo violentamos nuestra natural apertura hacia el mundo exterior y hacia las personas de nuestro entorno. Aprisionarnos en las estrechas paredes de nuestro claustro interior, sin dejar que se expanda “hacia afuera” es un riesgo que facilita el cultivo de gérmenes patológicos que pueden derivar incluso hacia trastornos psicológicos y ser focos de infelicidad.

 Una persona sana y bien constituida es aquella que abre las puertas y ventanas de su conciencia hacia la luz y claridad del mundo exterior, dirigiéndose e interesándose por la gente para amarla y servirla

 La física nos ha enseñado que en un hoyo negro el tiempo y el espacio se curvan de tal modo sobre sí mismo que deja de haber tiempo y espacio. Algo semejante ocurre cuando nos curvamos sobre nosotros mismos y nuestros propios sentimientos afectivos, produciendo estados anímicos de enfermiza y obsesionante “autoobservación” y excesiva atención consigo mismos. Nos sumimos excesivamente en nuestros caprichos y satisfacciones personales, en nuestros éxitos y fracasos, en nuestros bienes actuales y nuestras seguridades futuras, lo que termina por curvar la felicidad y el bienestar hasta anularlos.

 La imagen de niño que juega absorto en su juguete es una hermosa metáfora de la alegría, pues no se mira a sí mismo, sino a algo distinto. Cuanto más si no es algo, sino alguien: Jesús y los hermanos. La autorealización narcisista es contraria a esta experiencia. Es como lo que ocurre con el ojo que, se ve a sí mismo solo cuando sufre un trastorno fisiológico, por ejemplo, la catarata. Con esta visión irregular el ojo pierde su natural condición de ver las cosas más allá de sí mismo y el mundo y los demás aparecen deformados. El hombre que no es capaza de ir más allá de sí mismo, se deforma y se frustra. Para ver bien, el ojo debe pasarse por alto a sí mismo. Para ser feliz debemos en cierto sentido relegarnos, postergarnos, limpiarnos las “cataratas” para hacernos los últimos y servidores.

 No buscamos la felicidad, sino aquello que la hace posible

 Una manera de no encontrar jamás la felicidad, es buscarla con ansiedad, pretender cercarla y apresarla para apoderarnos de ella. La felicidad es como la hermosa y delicada flor que cierra sus pétalos cuando osamos tocarla. Se produce con la felicidad, la aparente paradoja que cuanto más la cercamos, más se nos aleja y huye, cuanto más nos obsesionamos en poseerla, más se nos diluye y desvanece.

La felicidad es más bien algo con lo que uno se encuentra y para nosotros “alguien” con quien nos encontramos. Por esa razón, cuando buscamos autorrealizarnos, ser felices directamente, separados de una misión en la vida y de quien nos ha encomendado esa misión, de hecho, no lo logramos ser felices.

 Quien más busca directamente a felicidad, la echa de su lado, pues pierde de vista aquello que la hace posible. Es como el punto de fuga de un cuadro: cuando el pintor dibuja personas, edificios o paisajes, suele situar un “punto de fuga” fuera del cuadro para estimar correctamente los trazos y dimensiones de las figuras. Quien está absorto el puro deseo de ser feliz se queda anclado en el cuadro, olvidando que la razón de dicha alegría es un “punto de fuga” fuera de él. Para Platón este punto de fuga era la sabiduría, para Aristóteles la virtud, para los estoicos el equilibrio interior y para los epicúreos el placer; para nosotros es una persona: Jesús, y la felicidad es el resultado que se obtiene cuando se vive decididamente unido a él y en apertura a los demás con olvido de sí mismo.

 De esto va el primer capítulo de la carta de nuestro Pastor sobre la centralidad de Jesús; y de esto va también la opción por laicos, mujeres, jóvenes. No es feliz quien se ufana de proclamarlo –¡dime de lo que presumes y te diré de lo que careces! – sino quien ha encauzado su vida, sus acciones y sus proyectos como un modo de servicio y apertura a los demás, como cumplimiento de una amorosa obligación.

 La felicidad, se consigue cuando nos olvidamos y nos perdemos a nosotros mismos. Una frase de claro sabor evangélico, que ninguna sorpresa le puede deparar al campesino que labra y cultiva la tierra, pues sabe de sobra que, si el grano de trigo no se pierde en los ricos subsuelos poblados de microorganismos y elementos químicos, no puede nutrirse para fecundar la tierra y producir sus frutos. Y aprendamos de Jesús, que, como dice Don Celestino en su carta, “renunció a la alegría que se le proponía” (p. 3), porque se entregó a un ideal, a una misión, soportando por ella la cruz sin miedo a la deshonra.

 En este sentido, la sinodalidad es camino de alegría, porque al suponer la igualdad fundamental de todos y la distinción en la comunión de dones y carismas, nos fuerza a entrar en relación y de paso, nos hace ver que nuestra identidad (laical o sacerdotal) es incompleta y solo se desarrolla con la riqueza del otro. La sinodalidad nos obliga a vivir descentrados, unidos por un amor común. Es el camino de superación de muchos de los males que nos aquejan, pues “Un corazón alegre es el mejor remedio, pero el espíritu abatido seca los huesos” (Proverbios 17,22).

 La alegría se consolida en la experiencia de fraternidad, como lugar teológico, donde cada uno es responsable de la fidelidad al Evangelio y del crecimiento de los demás. Cuando una fraternidad se alimenta del mismo Cuerpo y Sangre de Jesús y se reúne alrededor del Hijo de Dios, para compartir el camino de fe conducido por la Palabra, se hace una cosa sola con él, es una fraternidad en comunión que experimenta el amor gratuito y vive en fiesta, libre, alegre, llena de audacia. Una fraternidad sin alegría es una fraternidad que se apaga. Una fraternidad donde abunda la alegría es un verdadero don de lo Alto a los hermanos que saben pedirlo y que saben aceptarse y se comprometen en la vida fraterna confiando en la acción del Espíritu».

 Y si hoy, entre nosotros, hay alguien alegre, a pesar de las dificultades y dolores, de las divisiones y rencillas, de las incomprensiones y rabias, Jesús nos recuerda:

“Pidan, para que su alegría sea completa” (Juan 16,24).

 TIEMPO DE SINODALIDAD, TIEMPO DE ALEGRÍA

 Para ir construyendo la comunión en la Iglesia, tenemos que implementar un talante nuevo, que en palabras del Papa Francisco se denomina: sinodalidad (caminar juntos).

 La sinodalidad es el camino que la Iglesia del siglo XXI está invitada a transitar. No estamos tanto ante un tema para reflexionar, sino más bien frente a una actitud, un modo de trabajar juntos en la Iglesia. “La puesta en acción de una Iglesia sinodal es el presupuesto indispensable para un nuevo impulso misionero que involucre a todo el Pueblo de Dios” (DF 118).

 La sinodalidad consiste en ir creando un “nosotros” eclesial compartido, es decir, que todos sientan como propia la biografía de la Iglesia. Al Papa Francisco le gusta decir mucho que la Iglesia de Jesucristo es un poliedro maravilloso (Cf. CV 207).

 Estamos llamados a recorrer la senda del caminar juntos y fortalecer las relaciones. El Papa Francisco en el Sínodo de los Jóvenes ha insistido en la importancia de cuidar las relaciones personales: “no basta, pues, con tener estructuras, si no se desarrollan en ellas relaciones auténticas; es la calidad de estas relaciones, de hecho, la que evangeliza” (DF 129).

 El Papa Francisco, en Gaudete et exsultate, habla de una santidad comunitaria, compartida, en familia o en comunidad religiosa, una santidad que se forja en las relaciones y en los pequeños detalles que aportan un clima fraterno y divino a las relaciones cotidianas (las palabras permiso-por favor, gracias y perdón). “Un proverbio africano dice: Si quieres andar rápido, camina solo. Si quieres llegar lejos, camina con los otros. No nos dejemos robar la fraternidad” (Cf. CV 167).

 Para poder crecer en sinodalidad es necesario que todos nos sintamos partícipes, corresponsables en la misión de la Iglesia. Que aprendamos a trabajar no por oficinas, sino por proyectos, que son los que nos ayudan a ir creciendo en la búsqueda de objetivos y logros comunes.

 La sinodalidad nos hace sentirnos corresponsables en la misión de la Iglesia. Lo cual nos lleva también a esforzarnos y comprometernos en esa tarea que la Iglesia nos encomienda. Los laicos reclaman sinodalidad, participación y corresponsabilidad, pero no olvidemos las exigencias que esto comporta: tiempo, formación, compromiso público...

El tema de la sinodalidad y la corresponsabilidad en la Iglesia nos llevan a evitar caer en la tentación del clericalismo y a reconocer el protagonismo de la mujer en la Iglesia.

 

 CONCLUSIÓN

 El motor de la evangelización es la alegría, el optimismo, el entusiasmo, la esperanza, el sentido del humor... que tiene su fundamento en la alegría de Cristo y siempre es una alegría misionera (EG 1). No solamente «un santo triste es un triste santo» (dicho adjudicado a Santa Teresa), sino que un apóstol triste, un discípulo misionero triste no difunde la buena noticia, no evangeliza. No caigamos en posturas derrotistas, catastrofista, pesimistas... es que somos pocos, somos siempre los mismos, somos muy mayores... “El santo, sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzador” (GE 122).

Los invito en este momento importante para la vida de nuestra Iglesia, a que no nos dejemos robar la alegría y la esperanza, que como dice Bernanos son “los más preciados de los elixires del demonio”.

 El Papa Francisco ha dicho que tiene un sueño para la Iglesia de Cristo: que sea una Iglesia misionera, una Iglesia en salida, una Iglesia que vive como Pueblo de Dios: Pueblo de Dios santo y fiel, en comunión. Soñemos pensando que esta realidad es posible. Como dice el Papa Francisco: “tenemos necesidad de laicos con visión de futuro, no cerrados en las pequeñeces de la vida... tenemos necesidad de laicos con sabor a experiencia de vida, que se atrevan a soñar...” (Discurso del Papa Francisco a los participantes en el Consejo Pontificio para los laicos, 17/06/ 2016). Tendremos estos laicos si sabremos formarlos y formarnos juntos con ellos.

 La alegría nace de la gratuidad de un encuentro. Y la alegría del encuentro con Él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al servicio en la Iglesia. Santo Tomás decía bonum est diffusivum sui —no es un latín muy difícil—, el bien se difunde. Y también la alegría se difunde. No tengan miedo de mostrar la alegría de haber respondido a la llamada del Señor, a su elección de amor, y de testimoniar su Evangelio en el servicio a la Iglesia. Y la alegría, la verdad, es contagiosa; contagia… hace ir adelante.

 Frente al testimonio contagioso de alegría, serenidad, fecundidad, ante el testimonio de la ternura y del amor, de la caridad humilde, sin prepotencia, muchos sienten el deseo de venir y ver.

 Cuando el Papa Francisco habla de la santidad, la define como una vocación universal, no reservada al clero o a la vida religiosa, sino también a los laicos.  ̈Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentre ̈ (GE 14)”.

 Los animo a vivir un sueño, el sueño misionero de llegar a todas las personas, de un laicado en acción, que sea Pueblo santo de Dios en salida... ¡soñemos, soñemos con alegría!!!

 LAS PREGUNTAS DEL PAPA FRANCISCO

 — Quería decirles una palabra, y la palabra era alegría. Siempre, donde están los sacerdotes, los seminaristas, las religiosas y los religiosos, los jóvenes, hay alegría, siempre hay alegría. Es la alegría de la lozanía, es la alegría de seguir a Cristo; la alegría que nos da el Espíritu Santo, no la alegría del mundo. ¡Hay alegría! Pero, ¿dónde nace la alegría? [Francisco, Auténticos y coherentes, Papa Francisco habla de la belleza de la consagración, Encuentro con los Seminaristas, los Novicios y las Novicias, Roma, 6 julio 2013]

 — Mira en lo profundo de tu corazón, mira en lo íntimo de ti mismo, y pregúntate: ¿tienes un corazón que desea algo grande o un corazón adormecido por las cosas? ¿Tu corazón ha conservado la inquietud de la búsqueda o lo has dejado sofocar por las cosas, que acaban por atrofiarlo? Dios te espera, te busca: ¿qué respondes? ¿Te has dado cuenta de esta situación de tu alma? ¿O duermes? ¿Crees que Dios te espera o para ti esta verdad son solamente “palabras”? [Francisco, Con la inquietud en el corazón, a los capitulares agustinos el Papa les pide estar siempre a la búsqueda de Dios y de los hermanos]

 — Somos víctimas de esta cultura de lo provisional. Querría que pensaran en esto: ¿cómo puedo liberarme de esta cultura de lo provisional? [Francisco, Auténticos y coherentes, Papa Francisco habla de la belleza de la consagración, Encuentro con los Seminaristas, los Novicios y las Novicias, Roma, 6 julio 2013]

 — Podemos preguntarnos: ¿estoy inquieto por Dios, por anunciarlo, para darlo a conocer? ¿O me dejo fascinar por esa mundanidad espiritual que empuja a hacer todo por amor a uno mismo? Nosotros, presbíteros, pensamos en los intereses personales, en el funcionalismo de las obras, en el carrerismo. ¡Bah! Tantas cosas podemos pensar... Por así decirlo ¿me he “acomodado” en mi vida cristiana, en mi vida sacerdotal, en mi vida religiosa, también en mi vida de comunidad, o conservo la fuerza de la inquietud por Dios, por su Palabra, que me lleva a “salir fuera”, hacia los demás? [Francisco, Con la inquietud en el corazón, a los capitulares agustinos el Papa les pide estar siempre a la búsqueda de Dios y de los hermanos, Homilía durante la Misa de apertura del Capítulo General de la Orden de San Agustín, Roma, 28 agosto 2013]

 — ¿Cómo estamos con la inquietud del amor? ¿Creemos en el amor a Dios y a los demás? ¿O somos nominalistas en esto? No de modo abstracto, no sólo las palabras, sino el hermano concreto que encontramos, ¡el hermano que tenemos al lado! ¿Nos dejamos inquietar por sus necesidades o nos quedamos encerrados en nosotros mismos, en nuestras comunidades, que muchas veces es para nosotros “comunidad-comodidad”? [Francisco, Con la inquietud en el corazón, a los capitulares agustinos el Papa les pide estar siempre a la búsqueda de Dios y de los hermanos, Homilía durante la Misa de apertura del Capítulo General de la Orden de San Agustín, Roma, 28 agosto 2013]

 — Este es un hermoso, un hermoso camino a la santidad. No hablar mal de los otros. “Pero padre, hay problemas…”. Díselos al superior, díselos al obispo, que puede remediar. No se los digas a quien no puede ayudar. Esto es importante: ¡fraternidad! Pero dime, ¿hablarías mal de tu mamá, de tu papá, de tus hermanos? Jamás. ¿Y por qué lo haces en la vida consagrada, en el seminario, en la vida presbiteral? Solamente esto: pensad, pensad. ¡Fraternidad! Este amor fraterno. [Francisco, Auténticos y coherentes, Papa Francisco habla de la belleza de la consagración, Encuentro con los Seminaristas, los Novicios y las Novicias, Roma, 6 julio 2013]

 — La inquietud del amor empuja siempre a ir al encuentro del otro, sin esperar que sea el otro a manifestar su necesidad. La inquietud del amor nos regala el don de la fecundidad pastoral, y nosotros debemos preguntarnos, cada uno de nosotros: ¿cómo va mi fecundidad espiritual, mi fecundidad pastoral? [Francisco, Con la inquietud en el corazón, a los capitulares agustinos el Papa les pide estar siempre a la búsqueda de Dios y de los hermanos, Homilía durante la Misa de apertura del Capítulo General de la Orden de San Agustín, Roma, 28 agosto 2013]

 —Una fe auténtica implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo. He aquí la pregunta que debemos plantearnos: ¿también nosotros tenemos grandes visiones e impulsos? ¿También nosotros somos audaces? ¿Vuela alto nuestro sueño? ¿Nos devora el celo? (cf. Sal 69, 10) ¿O, en cambio, somos mediocres y nos conformamos con nuestras programaciones apostólicas de laboratorio? [Francisco, La compañía de los inquietos, en la Iglesia del Jesús el Papa celebra la Misa de acción de gracias por la canonización de Pietro Favre, Roma, 3 enero 2014]

1] Frankl, V. 1983. La voluntad de sentido, p. 241. Barcelona: Herder.