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Miércoles 12 de febrero de 2025

Setenta veces siete: el desafío del perdón en un mundo herido

En el Evangelio según San Mateo, Pedro se acerca a Jesús y le pregunta: "Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a mi hermano cuando peque contra mí? ¿Hasta siete veces?" Jesús le responde: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete". (Mateo 18,21-22)

Periodista: Nazareth Quezada A.

Con esta respuesta, Jesús no solo corrige la percepción limitada del perdón, sino que nos introduce en la lógica divina: el perdón no tiene límites porque el amor de Dios es infinito. No se trata de llevar la cuenta de las ofensas, sino de asumir un estilo de vida basado en la misericordia.

En nuestro mundo actual, marcado por la prisa, la impaciencia y el individualismo, es fácil reducir los conflictos a simples molestias diarias: el mal humor de un compañero de trabajo, la impaciencia del conductor en la calle, el comentario cortante de un familiar. Sin embargo, detrás de cada gesto de enojo o indiferencia puede haber heridas profundas, dolores no resueltos o luchas que desconocemos.

En lugar de responder con resentimiento o indiferencia, el cristiano está llamado a ser testigo del Dios que perdona. Como dice San Pablo: “Sean bondadosos y compasivos unos con otros, perdonándose mutuamente, como Dios los perdonó en Cristo” (Efesios 4,32).

El perdón no es un acto opcional en la vida cristiana, sino la consecuencia de haber sido alcanzados por la misericordia de Dios. Jesús nos lo dejó claro en la oración que enseñó a sus discípulos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mateo 6,12).

Este es el verdadero desafío: perdonar no porque el otro lo merezca, sino porque nosotros mismos hemos sido perdonados por Dios. Si hemos recibido su gracia sin mérito alguno, ¿cómo podríamos negársela a los demás?

Vivimos tiempos en los que el rencor, la polarización y la falta de diálogo están a la orden del día. Como cristianos, estamos llamados a ser luz en medio de esta oscuridad, reflejando con nuestra vida el amor que hemos recibido. No se trata de justificar el mal, sino de responder con bien al mal, como nos enseña el apóstol Pablo:

"No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien" (Romanos 12,21).

El perdón no cambia el pasado, pero transforma el presente y abre la puerta a un futuro de esperanza. Perdonar setenta veces siete es más que una cifra simbólica; es un llamado a ser imagen del Dios que nunca se cansa de amar.