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Artículo

Martes 18 de septiembre de 2018

Homilía 208° Te Deum Por la Patria 2018

Homilía de Benito Rodríguez, OSB, monje benedictino y abad del Monasterio Benedictino de la Santísima Trinidad, de Las Condes.

Fuente: Comunicaciones Santiago

Link fuente: http://www.iglesiadesantiago.cl/

Te Deum

18 septiembre 2018

Gn 12, 1- 4 Salmo 22 (23) Jn 3, 1-8

Queridos hermanos y hermanas:

Al detenernos hoy para celebrar el día de nuestra Patria, podemos mirar la figura de Abrahán que hemos leído en la primera lectura. A los 75 años él recibió de Dios una llamada para dejar la tierra y la casa paterna, es decir su patria, para dirigirse a una tierra nueva, desconocida, pero prometida para él y su descendencia por un Dios que era digno de toda su confianza. Esa nueva tierra a la que era enviado sería como el punto de partida de una nueva historia para Abrahán, sería como el signo visible de una alianza, de una promesa y de una bendición que desde su descendencia se extendería a todos los pueblos de la tierra. Hoy nosotros reunidos aquí somos también herederos de esa bendición y también llamados a continuar para otros muchos esa bendición.

En el evangelio se nos presenta ese encuentro del rabino Nicodemo con Jesús, que tiene lugar en Jerusalén, cuando ya se había hecho de noche. Jesús le dice a Nicodemo que para entrar en el Reino de Dios es preciso volver a nacer, pero nacer del agua y del Espíritu. A Nicodemo le sucede algo parecido a Abrahán, pero esta vez se trata de un desplazamiento no geográfico, sino que más bien interior, que podemos representar en esa distancia que separa en nosotros la cabeza del corazón: no son muchos centímetros, pero cuánto nos cuesta recorrerlos. Nacer de nuevo, nacer del agua y del Espíritu, es también para los cristianos un sacramento, el bautismo, que es algo así como atravesar ese umbral que separa el aquí y el ahora de la eternidad.

Esta Patria que amamos y por la que hoy queremos elevar a Dios una oración de agradecimiento, de petición e intercesión, no es necesariamente el punto final de nuestra peregrinación, sino que más bien es como nuestro punto de partida. Todos necesitamos un buen punto de apoyo para dar ese gran salto de nuestra existencia. Esta Patria de la tierra no es solamente un límite geográfico para nosotros, sino una posibilidad y un desafío para que cada uno desarrolle y haga fructificar esos dones con los que ha sido bendecido, dones que son para ser puestos para el servicio de los demás. Chile es un proyecto en común, pero también son tantos proyectos individuales como habitantes somos y el proyecto en común será, en primer lugar, que cada persona que habite en esta tierra pueda vivir en paz, con alegría y con libertad.

Para ser chileno no se necesitan tantas condiciones ni requisitos, como si se tratara de algo por conquistar y de lo que jactarse, porque ser chileno es ante todo un regalo, un don, y es esa conciencia de don la que despierta con paz, alegría y libertad el sentido de responsabilidad. La Patria no es lo mismo que el Estado, pues el Estado representa más bien esas estructuras indispensables que hacen posible la vida de la Patria y por esto mismo, el Estado y sus estructuras están al servicio de la Patria, y no al revés. La Patria tiene más relación con un sentido de pertenencia y eso no puede ser impuesto, sino que debe ser acogido libremente. De alguna manera, decir Patria es como decir padre, y solamente quienes puedan ser hijos serán sus verdaderos habitantes: "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios". Bienvenidos todos los que quieran venir a Chile buscando la paz y comprometiéndose a trabajar por ella, ojalá encuentren siempre abiertas las puertas de nuestras fronteras.

Debemos aprender a valorar, agradecer y también cuidar a quienes se comprometen en el servicio público de la Nación, a quienes son elegidos por la ciudadanía y quienes noblemente trabajan por el bien de todos desde el Estado, porque ellos también hacen posible que podamos caminar juntos a pesar de la diversidad de cada uno. Quien ejerce un liderazgo o un rol de autoridad en el ámbito que sea, si lo hace con un genuino espíritu de servicio, en lo que se empeña es no tanto en mandar ni en ser obedecido, sino más bien en orientar personas para despertar vidas. En este sentido, el verdadero líder, es aquel que le plantea al país no lo que quiere oír, sino lo que es más adecuado para lograr los propósitos de construir una Nación más humana, justa y solidaria.

Esto cuesta entenderlo hoy en día, cuando vivimos demasiado tomados por lo inmediato y cada vez nos cuesta más postergar la satisfacción de nuestros gustos personales, o hacer simplemente el ejercicio de poner por un momento entre paréntesis lo que pensamos o sentimos, para darle un espacio dentro de nosotros a quien es diferente. "Inclinar el oído del corazón" para escuchar, quizás sea también un buen punto de partida para nacer de nuevo, y ponernos en camino junto con otros.

Ponernos en camino para que Chile pueda sanar sus desconfianzas, y abrirse a la ternura, al perdón, a la compasión, porque un país sin confianzas no tiene futuro alguno, nunca podrá desarrollarse de manera integral, sustentable y sostenible en el tiempo. Es necesario un renacimiento en la vida privada y pública, renacer desde esa confianza de la cual hoy hay tanta necesidad en nuestra sociedad.

Las lecturas que hemos escuchado nos llevan a comprender que en el renacer está la nueva tierra, donde todos llegamos como extranjeros, gracias al amor de Dios. Hoy que son tantos los hermanos y hermanas de otros países, especialmente latinoamericanos, que vienen a nuestra tierra en busca de mejores condiciones de vida para sus familias, a ellos queremos abrirles las puertas no solo de la oficina de inmigración sino también de nuestros corazones. A veces por miedo, o desconfianza quizás, no lo hacemos. Y los que vienen de otras latitudes americanas nos aportan una diversidad que nos enriquece, y que se expresa en colores y sabores distintos, otros ritmos y maneras de vestir, tonadas y giros de vocabulario que nos sorprenden. Parece que va cambiando el rostro de lo que tradicionalmente entendíamos como chileno. Todo esto presenta un desafío también para nuestras autoridades de gobierno y para nuestros líderes y, de manera particular, para nuestros empresarios y trabajadores, porque abrirles la puerta de nuestra Patria a nuestros inmigrantes también debiera traducirse en que puedan aspirar a un trabajo y un lugar dignos para ellos y sus familias.

En Chile tradicionalmente se ha recibido bien al forastero, lo que se ha inmortalizado incluso con una tonada muy popular que trasciende nuestras fronteras. Sin embargo, dentro de nuestras fronteras nos falta aún mucho para crecer en la hospitalidad entre nosotros mismos, pues todavía, al hacer memoria de nuestra historia, nos damos cuenta que brotan espontáneamente animosidades, como sucede por lo demás en tantas historias de familia. Aprender a encontrarnos con quienes piensan y sienten distinto es un paso gigantesco.
El encuentro es posible cuando estamos dispuestos a no identificarnos tanto con nuestros roles o privilegios, desprendiéndonos de prejuicios y máscaras que nos impiden donarnos mutuamente. Salir de nuestra soledad cómoda para correr el riesgo de mirarnos y escucharnos en un mismo nivel, así simplemente, acogiendo con benevolencia esa hambre de proximidad que Dios puso como un sello de humanidad en nuestros corazones.

Hoy nos toca presidir esta solemne celebración del Te Deum en un momento muy particular, porque estamos pasando por tiempos recios, como decía santa Teresa. Nuestra Iglesia de Chile vive un tiempo de purificación quizás como nunca antes en su historia. Creemos que hablar desde esta precariedad, sin pretender negarla o esconderla es también nuestro aporte al hoy de nuestra historia, intentando acoger con humildad y con generosidad nuestros errores, sin pretender privilegios o algún trato especial, y sin renunciar al desafío y la responsabilidad de una profunda conversión en Espíritu y en verdad, para ser mejores testigos de ese Evangelio que hemos recibido y que llevamos en vasijas de barro.

Deseamos poner a Chile una vez más bajo el amparo de María, la Madre de Jesús, ponemos en su corazón a todos los habitantes de esta larga, loca y hermosa geografía, en particular a quienes son más vulnerables, se sienten excluidos y están más solos. Que ella nos ayude a renacer desde la ternura, el perdón y la confianza. Y así entonces, no anteponiendo nada al amor a Dios y al prójimo, sea el mismo Jesús que nos lleve a todos juntamente a la vida eterna. Amén.

+Benito Rodríguez, OSB
Monje benedictino