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Artículo

Jueves 31 de mayo de 2018

“Cristo en el centro”

En el X Sínodo realizado en la Fiesta de Pentecostés de 2018, los jóvenes organizadores pidieron dar espacio para que todos los sinodales pudieran manifestar su opinión respecto del encuentro del Papa Francisco con los obispos de Chile. A casi un año de la asamblea sinodal, recordamos la propuesta que se incluyó como documento oficial del sínodo.

Fotos: Nibaldo Pérez

Periodista: Víctor Villa Castro

Fuente: Iglesia de Santiago

Link fuente: www.periodicoencuentro.cl

En estos días hemos sido convocados a participar en el X Sínodo de la Iglesia de Santiago, cuyo tema es "Jóvenes, fe y discernimiento vocacional". El inicio de este encuentro ha coincidido con el regreso de nuestros obispos desde Roma, donde junto al Papa han reflexionado sobre los graves abusos de poder, de conciencia y sexuales que se han perpetrado por décadas al interior de la Iglesia chilena. Tanto las palabras del Papa como la declaración de los obispos de Chile nos indican que estamos viviendo una situación extraordinariamente grave, que no podemos desoír y la cual, con la gracia de Dios, "debemos enfrentar así como se nos presenta".

Los participantes sinodales, con humildad y valentía, pedimos perdón a todos y todas las víctimas de abusos en nuestra Iglesia. Los abusos cometidos y la incapacidad para enfrentarlos en la verdad nos provocan rabia, vergüenza, tristeza y dolor. Nos cuesta mucho comprender cómo personas que han sido llamadas a ser servidores de su pueblo, se hayan aprovechado de su encargo pastoral o investidura religiosa para abusar de sus hermanos y hermanas. Nos escandaliza que durante tantos años la búsqueda de soluciones a esta ofensa tan grave a Dios y a los hermanos no haya sido una prioridad pastoral efectiva.

Nos avergüenza el que en nuestras comunidades y movimientos muchas veces hayamos sido ciegos a los abusos de miembros de nuestra Iglesia, o que no siempre hayamos tenido el coraje de denunciarlos. Nos desconcierta y molesta que muchos de nuestros pastores sigan más preocupados de su imagen, prestigio y poder, que de empatizar con el dolor de las víctimas, de buscar caminos de conversión y de reparación de los daños que han causado. Hemos escuchado a nuestros obispos agradecer a las víctimas su "perseverancia y valentía", pero nos apena no poder aún reconocer gestos, como pedir perdón con toda claridad, y acciones concretas que apunten a restablecer confianzas y a reparar los daños causados.

En estos días hemos escuchado distintos llamados a la conversión y debemos acogerlos con humildad y decisión. No obstante, a veces, estos se justifican en una afirmación que también puede representar una forma de encubrimiento: "Todos somos pecadores". Ello es cierto, somos hombres y mujeres que a diario experimentamos nuestra debilidad y pecado. Sin embargo, no estamos hablando en abstracto de esta condición de la humanidad, que es producto del pecado original, sino que de hechos que representan profundas faltas al ministerio pastoral, que han atentado contra la dignidad de personas indefensas e inocentes y que en muchos casos, además, constituyen graves delitos. Ante estos actos, no corresponden apelativos vagos a nuestra condición pecadora, sino el identificarlos con honestidad y verdad, analizar sus causas y circunstancias, pedir sincero perdón a las víctimas, sancionar y reparar el daño ocasionado y crear en la Iglesia condiciones concretas para una cultura del respeto a la dignidad humana.

Son muchas las personas, en especial los jóvenes, que se han alejado de la Iglesia, que ya no quieren saber nada de ella. Esto se explica, entre otras causas, por los abusos y por nuestra incapacidad para enfrentarlos en la verdad. Los comprendemos e, incluso, en muchas ocasiones, compartimos sus mismos sentimientos. Sin embargo, nosotros hemos querido y queremos seguir siendo parte de esta Iglesia que somos todos. Y lo hacemos porque hemos experimentado el amor de Jesús, que nos invita a seguirlo junto a otros.

Estamos conscientes de la gravedad y de la profundidad de la crisis eclesial. Nos ha hecho mucho daño no escuchar lo que sucede en nuestro entorno, no atender a los profundos cambios que tienen lugar en nuestra sociedad. El Señor nos invita a que estemos en el mundo, sin ser del mundo (Jn 17,15-16); es decir, a vivir en medio de nuestra sociedad según su Espíritu. Pero también compartimos la convicción de que esta situación es una ocasión para una profunda renovación, para nacer de nuevo (Jn 3,1-15).

Agradecemos al Papa Francisco, quien tuvo la honestidad y la valentía para reconocer su error en la apreciación de la realidad chilena, pidió perdón a las víctimas y con algunas de ellas tuvo el gesto fraterno de invitarlas a Roma para buscar caminos de encuentro y reparación. Con sus propias palabras y, sobre todo con sus hechos, el Papa Francisco ha mostrado el camino a seguir: verdad, conversión, reparación y comunión. Estos cuatro momentos se requieren mutuamente, para que así sean testimonio del Evangelio que queremos vivir y anunciar. El Papa no solo ha ejercido su autoridad como cabeza del colegio de los apóstoles, sino también su deber cristiano a ejercer la corrección fraterna (Mt 18,15-20). Quisiéramos que ese espíritu se instalara en nuestro modo de ser Iglesia, en el estilo de nuestras relaciones comunitarias, que efectivamente estemos mutuamente dispuestos a corregir y a ser corregidos.

Nos da mucha esperanza el que todos los obispos de Chile hayan querido poner sus cargos a disposición del Papa. Esta decisión expresa la gravedad de la situación, pero también una auténtica voluntad de verdad y reparación. Esperamos que los nuevos obispos sean nombrados a través de procesos de consulta más transparentes, con participación real del Pueblo de Dios, y en los que se reduzcan las posibilidades de que el Papa vuelva a ser desinformado. Sabemos que la renovación del episcopado chileno no es la solución a todos los problemas de la Iglesia. Tenemos la esperanza de que ella pueda contribuir a sanar heridas y crear una comunión al servicio del anuncio de la Buena Noticia de salvación.

En nuestra perplejidad y dolor nos llena de esperanza escuchar a nuestros obispos decir que quieren "impulsar la misión profética de la Iglesia en Chile, cuyo centro siempre debió estar en Cristo". Pensamos que, efectivamente, ese es el camino que hoy el Señor nos invita a seguir. Una Iglesia centrada en Cristo es una Iglesia que unida a Él hace suya su misión por la misma gracia del Espíritu. Esto implica, especialmente, una relación profunda con Cristo en la oración personal y comunitaria, estructuras eclesiales renovadas, actuar en coherencia y transparencia con el proyecto de Dios, acompañar al pueblo en sus necesidades sociales y ser puente para aquellos que han quedado marginados o se han sentido discriminados.

El Papa Francisco ha enviado un mensaje a esta asamblea sinodal, que acogemos en nuestro corazón, mente y acción: "Hagan lío". Nos comprometemos solemnemente a hacer lío; y, en primer lugar, queremos hacer lío en nuestras parroquias, colegios, movimientos y comunidades; para que sean espacios de fraternidad, de respeto, de inclusión, de libertad; lugares donde se viva el amor con el que Dios mismo nos ha amado, un amor gratuito, misericordioso, lleno de ternura y confianza. Haremos lío para que sea Jesús nuestro único Señor y Maestro, para desterrar todo tipo de idolatrías, para que en nuestras comunidades los pastores y personas consagradas sean hermanos y hermanas que viven el servicio al que han sido llamados lejos de todo clericalismo.

Nos comprometemos a fortalecer nuestros procesos pastorales y formativos, centrados en la pedagogía de Jesús, generando ambientes sanos y seguros, para que en nuestra Iglesia nunca más haya abusos, para que ella sea más profética, para que acoja los signos de nuestro tiempo y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, construyamos un país y una Iglesia en los que todos y todas aportemos, nos sintamos amados, respetados, cuidados, especialmente los hambrientos, privados de libertad, migrantes y víctimas de abusos.

En la solemnidad de Pentecostés 2018.