Viernes 5 de mayo de 2017
Una crónica de Encuentro: Diez días en Nigeria
En marzo de este año, la periodista Magdalena Lira, de la Fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN, Ayuda a la Iglesia Necesitada, en inglés), junto a otras personas, visitó Nigeria, uno de los países más peligrosos del mundo para los cristianos. Ellos son el objetivo principal del grupo terrorista Boko Haram y de los pastores Fulani. La experiencia, los testimonios de algunas de las víctimas de esa violencia y también la alegría de la fe que apreció en ellas, impactaron profundamente a la profesional. Esta es su crónica.
Fuente: Periódico Encuentro
Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/mayo2017
Domingo 12 de marzo
Desperté nerviosa. En pocas horas más iba a estar en Nigeria, un país sacudido por el terror de grupos fundamentalistas islámicos. No fue fácil tomar la decisión de partir. ¿Era responsable ir a una zona tan convulsionada por la violencia? Pero por otro lado, ¿cómo rechazar esta oportunidad única en la vida de ir a conocer y compartir con católicos, como uno, que hoy en día son perseguidos por su fe? Finalmente, cuando ya era casi de noche, el avión aterrizó en Lagos, nuestra primera parada. Éramos una delegación de 14 personas de la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN), de diez nacionalidades distintas, que estábamos ahí por una misma razón: conocer de primera mano los testimonios de tantos cristianos que están sufriendo por su fe.
Día 2
Viajamos al norte de Nigeria, específicamente a la ciudad de Maiduguri, lugar de nacimiento de Boko Haram, grupo que desde 2009 ha sembrado el terror en la región. Su objetivo: crear un califato que se rija por la ley islámica (sharía), donde los cristianos no tienen cabida. Aunque el ejército ha logrado expulsar a los terroristas de la ciudad, la tensión y pobreza que ha dejado la violencia se percibe en todas partes. Desde el auto se veían montones de basura en las calles. A su lado, jugaban niños sin zapatos y los adultos instalaban sus puestos donde vendían desde comida hasta los más variados productos para la casa. A pesar del calor, unos 38º, el cielo era gris. No por nubes, sino que por el polvo de las calles -sólo las principales arterias están pavimentadas- y el humo constante de la basura que se quema. Es una ciudad que tampoco tiene electricidad. Cuando se esconde el sol, todo se vuelve oscuro, salvo las casas que cuentan con generadores eléctricos. Visitamos la catedral, que en 2011 fue bombardeada por Boko Haram. Por seguridad, hoy tiene muros altos y guardias. Cuando se abrió la puerta, la imagen que vimos nos sobrecogió: cientos de personas nos esperaban. Mujeres, hombres y niños estaban en el patio principal, cantando y bailando sus danzas tradicionales. Esa alegría con la que nos recibieron no fue por llevarles ayuda, sino por el solo hecho de visitarlos y compartir con ellos, por saber que no están solos.
Día 3
¿Cómo vive la fe una comunidad amenazada constantemente?, me preguntaba. La respuesta la tuve ese día en la mañana, en la misa que celebró el obispo para recibirnos. Viven en peligro, pero la iglesia estaba repleta. Las personas se veían orgullosas y felices de su fe. La misa fue una fiesta donde todos -laicos, sacerdotes y religiosas- celebraron con alegría.
Día 4
La violencia de Boko Haram ha dejado 2,5 millones de desplazados. Sólo en Maiduguri hay 500 mil. Y de ellos, 49 mil son cristianos que han huido para salvar sus vidas, ya que los terroristas son muy claros: si no se convierten al Islam, los asesinan. Visitamos a 300 desplazados católicos que viven desde hace dos años en un edificio a medio construir que les proporcionó la Iglesia. Cada oficina está convertida en el hogar de una familia. En el patio, han dispuesto alfombras donde las personas se sientan y comparten durante el día. Antes todos vivían en la misma aldea, Pulka, que fue atacada por los terroristas. En medio de ellos estaba Rebeca, una joven que hace 3 años, estando embarazada, fue secuestrada junto a sus 2 hijos por los terroristas. Durante el cautiverio sufrió vejaciones terribles. Perdió al hijo que esperaba, asesinaron a su hijo mayor, la obligaron a casarse con un musulmán, fue violada y quedó embarazada. Cuando logró huir se reencontró con su marido. Él la recibió sin prejuicios y adoptó como propio al hijo de sus captores. Dejamos Maiduguri conmovidos por el trabajo incansable de los sacerdotes y religiosas que arriesgan sus vidas para acompañar a su gente. Como el padre Joshua, que en febrero de 2014 escapó con 282 estudiantes del Seminario Menor cuando Boko Haram atacó el establecimiento.
Día 5
Viajamos por tierra desde la ciudad de Kaduna a Jos. La carretera, de una sola vía, estaba pavimentada, pero había que estar muy atentos por los hoyos, las vacas e incluso las personas que se cruzaban. En recorrer poco más de 200 kilómetros ¡nos demoramos cinco horas! En Jos, diócesis que también ha sido víctima de Boko Haram, nos reunimos con monseñor Ignatius Kaigama. Cuando le comentamos lo emocionados que estábamos con el recibimiento que nos daban en todas partes, nos señaló: “Esta visita amistosa de 14 hombres y mujeres unidos por la misión y la visión de ACN, que han venido a celebrar el ‘sacramento de la presencia’ en Nigeria, es un verdadero testimonio de amor. La visita es terapéutica, trae alivio a un pueblo traumatizado por los desastres naturales, la amenaza de delincuentes y fanáticos religiosos, la persecución y la discriminación”.
Día 6
Llegar al seminario de Jos no fue fácil. El auto iba por un laberinto de calles, todas sin nombre, entre medio de peatones que compraban en el nutrido y caótico comercio ambulante. De un ruido ambiente ensordecedor, llegamos a un oasis de silencio. No había nadie, hasta que con el sonido de una campana comenzaron a aparecer jóvenes vestidos de riguroso blanco. La iglesia se llenó con 437 seminaristas. ¡Ninguno de nosotros había visto nunca tantos seminaristas juntos! Y ellos son sólo una parte de los 4 mil que hay en Nigeria. Imposible no recordar aquella frase: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”.
Día 7
Fuimos a Kafanchan, diócesis que sufre ataques salvajes por parte de los Fulani, pastores nómades musulmanes que arrasan y aniquilan pueblos cristianos. En cinco años han atacado 71 pueblos, dejando 988 muertos, 2 mil 712 casas y 20 iglesias destruidas. “En marzo del año pasado mi pueblo fue atacado por los Fulani, que invadieron aldeas, incluyendo mi parroquia GidanWaya, matando a todos los que estaban en su camino. Estos ataques a poblaciones cristianas han continuado. Muchos han muerto, incluyendo mujeres y niños. Yo conocía a algunos de los fallecidos. Muchos de los pueblos ocupados por los cristianos han sido abandonados. Son como ciudades fantasmas”, nos contó el seminarista Michael FidelisAbrak.
Día 8
Temprano fuimos a misa en una iglesia ubicada en medio de un barrio musulmán. Por estrechas calles, llenas de gente y polvo, llegamos a la parroquia Santa Rita, que en octubre de 2012, durante una misa dominical, fue víctima de un ataque suicida que dejó siete muertos y cientos de heridos. Lo primero que vimos al llegar fue la tumba de tres de las víctimas. La gente se acercaba a ellas y rezaba en silencio. Dentro de la iglesia reconstruida, todo era alegría y fiesta. A la salida conocí a Patiente, una mujer que en su rostro reflejaba las huellas de la persecución: en el ataque perdió su ojo derecho y quedó con muchas cicatrices. Nos sentamos a conversar. Su tranquilidad y alegría me sorprendieron y no pude dejar de preguntarle si no tenía miedo de estar ahí. Su respuesta fue simple: “¿Por qué? Ese día Dios me protegió. Si estoy viva es por su misericordia”.
Día 9
En Nigeria, cada encuentro personal se transforma en un momento único, como cuando nos reunimos con un grupo de viudas que perdieron a sus maridos en manos de Boko Haram. Una de ellas, Esther, madre de 11 hijos, nos relató cómo, estando todos en casa, entraron los terroristas. Le dijeron a su marido que se convirtiera al Islam y al negarse, le cortaron la cabeza. Esther pasó por el dolor y la rabia, pero dice que ha perdonado y vive en paz.
Día 10
Camino al aeropuerto para tomar mi avión de regreso no podía dejar de pensar que llevo 16 años trabajando en ACN -fundación que tiene como misión principal ayudar a la Iglesia perseguida en el mundo- y nunca había tenido una experiencia tan sobrecogedora como ésta. El haber estado con estos cristianos que han sido víctimas de ataques cíclicos y continuos, conocer su fe inquebrantable y testimonio de perdón, es algo que me acompañará siempre. Sin embargo, lo que más me impresionó no fueron sólo los testimonios de quienes han sufrido esta violencia, sino su alegría y generosidad sin límites. Es increíble cómo situaciones extremas logran sacar lo mejor del ser humano.