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Jueves 6 de agosto de 2020

Parroquia San Antonio de Padua entrega 400 almuerzos diarios

Asegurar un plato de comida para las familias que más resienten la crisis por el Covid-19 fue la motivación que llevó a un grupo de voluntarios de la parroquia San Antonio de Padua a montar el primer comedor solidario de la comuna de San Ramón.

Fotos: Archivo Comedor Solidario Parroquia San Antonio de Padua

Periodista: Bárbara Guerrero C.

San Ramón es una comuna pequeña y su municipio no cuenta con grandes recursos. En solo 7 km2 viven más de 90 mil personas, densidad que genera graves problemas de hacinamiento y que hoy la posicionan como una de las comunas con las más altas tasas de contagio y muertes a causa del Covid-19. En sus barrios se ve la desigualdad e injusticia social, especialmente al sur del territorio donde se emplaza la emblemática población “La Bandera”. 

La necesidad de ayudar es grande. Bien lo sabe Marlenis López, coordinadora de la parroquia San Antonio de Padua quien junto al párroco Patricio Sagredo aceptaron la propuesta de un organizado grupo de vecinos y juntos dieron vida al “Comedor Solidario Esperanza”. Sabían que era la única manera de llevar a cabo un proyecto de esta envergadura, ya que, si bien contaban con el espacio parroquial, gran parte de los voluntarios de su comunidad pertenecen a la población de riesgo, lo que los imposibilita a participar en este tipo de acciones. Para el padre Patricio “Ha sido una cosa muy maravillosa poder unirnos con las fuerzas civiles y responder a una necesidad tan urgente como era esto de alimentar a la gente”.

Desde su apertura, el 18 de abril y gracias a la autogestión, aportes recibidos desde la Vicaría Sur, de sus redes cercanas y también de los propios vecinos, tienen la posibilidad de entregar, de lunes a viernes, raciones con las que aseguran al menos una comida diaria para las familias que están atravesando por un difícil momento. “Nuestro fin era llegar a las personas con Covid y adultos mayores que no podían salir de sus hogares. Partimos entregando 50 almuerzos y hoy vamos en más de 400”, reconoce Marlenis, quien ha sido testigo del desamparo al que se enfrentan sus vecinos producto de la pandemia.

Para llegar a esa cantidad de raciones, en la cocina todos ayudan. Diariamente de 09:00 a 14:00 horas se les ve ordenando la bodega, haciendo pan, lavando y cortando verduras, mientras las banqueteras Catalina Villavicencio y su socia Karen preparan las colaciones. Ellas tienen la expertise y ganas de ayudar. Se preocupan que cada plato se vea rico, como hecho en casa. “Mi idea fue siempre darle dignidad al plato que llega a la mesa de estas familias”, señala Catalina.

Además, para acercar la ayuda a los vecinos que no pueden desplazarse a retirar su almuerzo, implementaron un sistema de delivery. Los repartos que se hacen principalmente en La Bandera y son entregados por Gustavo Toro y su hermano Cristián. “Entregamos casi la mitad de los almuerzos en casi puro delivery” comenta Gustavo.

Los cerca de 12 voluntarios del comedor saben lo que significa la labor que están cumpliendo, y a pesar del peligro al que se ven expuestos o al agotamiento, siguen de pie animándose unos a otros para no decaer. Con su esfuerzo, a la fecha, han entregado más de 20 mil raciones y eso los mantiene esperanzados.

El comedor es abierto y quien lo necesite puede solicitar ayuda. Andrea García lleva el registro de las personas que retiran almuerzos y diariamente se conmueve con las historias que le toca conocer; familias que han caído en la precariedad por falta de ingresos, mujeres solas con hijos que no cuentan con una red de apoyo y adultos mayores que viven casos de abandono extremo. Es la cara más difícil del voluntariado, especialmente cuando la pandemia, poco a poco, hace que desaparezcan nombres de la nómina de comensales. “Aquí te das cuenta lo terrible que es este virus. Es muy fuerte y difícil de enfrentar, las muertes...es impactante. Estamos aquí por el hecho de querer ayudar y agradecer a la vida que uno está bien”, dice Andrea.

 

Buscando la justicia social

El equipo solidario que mueve al Comedor Esperanza fue convocado por Gustavo Toro, quien ha forjado una vocación social desde sus inicios como un activo miembro de la Iglesia. Él conoce en primera persona las necesidades del barrio, como vecino y también como concejal. Su llamado hizo eco en personas que tenían un vínculo con la comuna; detrás de ellos hay un sentido de pertenencia y de amor, lo que hace que el proyecto funcione. 

Si bien reconoce que el panorama no ha cambiado mucho en relación a la realidad que se vivía en los años 80, cuando participaba de las Colonias Urbanas de su parroquia Jesús Señor de Vida, cree que con el compromiso comunitario y la solidaridad de las personas se pueden generar cambios. “En las colonias, durante 15 años entregamos las raciones que hoy repartimos en cuatro meses. Sin duda la solidaridad se ha visto plasmada en los voluntarios y yo me saco el sombrero por ellos”.

Es esa misericordia la que destaca también el párroco de San Antonio de Padua, quien confía en que esta alianza ha concretado la voluntad de Dios y espera que el proyecto pueda continuar a futuro. “Ha sido un milagro, porque partimos con una cosa tan chiquitita y ha sido posible apoyar a tanta gente y formar la comunidad que se ha ido armando. La idea es continuar con este comedor, porque después de todo esto viene la crisis económica que la gente está pasando y tenemos, como Iglesia, que responder a eso”.