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Jueves 10 de marzo de 2022

La felicidad de servir al prójimo a través de los dones que Dios nos da

Un joven venezolano corta el cabello gratuitamente a quien se lo pida en un rincón de Santiago. La fe en Dios y la voluntad de ayudar lo motivan a ejercer este oficio, que lo apasiona, solo a cambio de una sonrisa y una expresión de agradecimiento. Esta es su historia.

Periodista: Felipe De Ruyt

Es una mañana calurosa, ya cerca del mediodía, en la plaza ubicada frente a la monumental Iglesia de los Sacramentinos en Santiago. Hay poco movimiento de paseantes, pero eso no merma el flujo de clientes que esperan ser atendidos por un peluquero, instalado en un improvisado puesto bajo un quitasol.

“Pasé, pregunté cuánto salía el corte de pelo y me dijo que era gratuito, así que aproveché la oportunidad. ¡Es estupendo! ¿Quién invierte ahora para hacer algo gratis? Solo Dios lo permite”, celebra un usuario mientras se pone bajo las tijeras de Ricardo José Rojas Chávez, de 24 años. Desde el fin de la pandemia, este joven de nacionalidad venezolana brinda el servicio a quien se lo pida, sin cobrar nada.

Dos cosas motivan a Ricardo a hacer esta tarea. Una es su pasión por la peluquería, que mantiene desde que era adolescente en su país natal, y la otra es su voluntad de servir a los demás de acuerdo a lo que Cristo enseñó. “Soy católico y trato de seguir lo que Él quiere para nosotros”, recalca.

Desde el fin de la pandemia, “el barbero de la plaza” se instala en este sector del barrio San Diego. Está en Chile desde hace cinco años, buscando la posibilidad de poder ayudar a su madre, quien vive en Barquisimeto.

Ricardo tuvo que salir de un país sumido en una crisis social y económica que golpeó con fuerza a sus cercanos. “Muchas veces pasamos hambre”, describe.

No se conseguían alimentos y eran muy costosos. El bolívar se empezó a devaluar, así que tu esfuerzo laboral valía cada vez menos. Un salario mínimo servía apenas para comprar dos paquetes de harinas pan y una mantequilla para el desayuno, y nada más”, agrega.

Ya en Chile, el joven no pudo cumplir su vocación y debió emplearse como garzón, actividad que mantiene hasta hoy. Sin embargo, su inquietud por la peluquería no lo abandonó y poco a poco se fue capacitando. Y más tarde, una inspiración lo llevó a la idea de ofrecer este servicio gratis, como una forma de solidarizar con los demás.

Ricardo calcula que atiende entre siete y diez personas por día y que desde que comenzó puede haber cortado el cabello sin costo a unas 500 personas. Y mientras brinda este servicio solidario, mantiene la esperanza en su futuro. “Yo quisiera muchas cosas para mi vida, pero todo lo dejo en las manos de Dios”, dice.