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Martes 1 de marzo de 2022

Editorial: Comprometernos con una paz justa y duradera

Por: Monseñor Alberto Lorenzelli sdb, Obispo Auxiliar de Santiago.

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/marzo2022/pdf/encuentro.pdf

Durante 2021 hubo más de sesenta guerras en distintas partes del mundo, ya sea entre estados o al interior de estos, algunas de ellas de muy larga data. La calificación de guerra, en este caso, atiende al número de víctimas fatales que ella produce, al menos mil personas por año. Eso significa que existen muchos otros conflictos que, de acuerdo a ese criterio empírico, no califican como guerras no obstante su pertinacia y violencia.

El ataque ruso sobre Ucrania, so pretexto de defender las pretensiones secesionistas de algunas de sus provincias, nos ha provocado un alto grado de inquietud y angustia. A diferencia de otros conflictos actuales o pasados a los que no prestamos la misma atención, en este caso Rusia ha puesto en una alerta especial a las fuerzas nucleares de su país, lo que ha sido interpretado como una amenaza de hacer uso de estas armas de destrucción masiva.

Las relaciones estratégicas entre personas o colectivos humanos se asemejan a un sutil ajedrez en que los jugadores avezados crean escenarios favorables al propio interés, anticipando las probables actuaciones racionales del adversario. A la distancia, nos sobrecoge la soledad con que Ucrania enfrenta esta agresión tan desproporcionada por parte de una potencia incomparablemente superior en poderío bélico.

Pero la respuesta idónea no es obvia. Hannah Arendt observaba que, desde que las tecnologías de la violencia ofrecían a las superpotencias un poderío apocalíptico, el empleo de ese arsenal implicaba el completo sinsentido de la guerra, pues el triunfo de uno traería consigo la derrota de todos. Es lo que ocurre ahora mismo. ¿Se puede responder a la agresión de Rusia con un poder militar equivalente sin escalar el conflicto a niveles de destructividad irreversibles y globales? Ni aún los preceptos tradicionales sobre la guerra justa o la legítima defensa ofrecen una respuesta clara a esta pregunta cuando la hipótesis de una cancelación de todo futuro forma parte de las posibilidades.

La conciencia cristiana avanza progresivamente hacia la defensa del pacifismo. No se trata de ser faltos de carácter o cobardes, sino de una mirada que, además de compasiva, es más inteligente y perspicaz sobre la sustentabilidad de las relaciones humanas mirando hacia el futuro. Como aconsejaba Jesús, hay que ser mansos como palomas y astutos como serpientes (Mt 10, 16), ambas cosas a la vez.

En efecto, vivir humanamente es convivir en relaciones de cooperación. El afán de dominación, al mismo tiempo que lesiona la dignidad de los más débiles, a la larga naturaliza relaciones de agresión. La observación que nos llega desde la psicología es que el delirio de omnipotencia revela inmadurez para aceptar nuestra propia finitud y comprometerse en relaciones de interdependencia madura. Por eso el ejemplo de Jesús es tan luminoso: sin aferrarse a su condición divina ni utilizarla en su propio beneficio, libremente se hizo servidor de todos (Fil 2, 5-11). Esa es la idea de “poder” que hemos de tener como horizonte.

El Estado nación es una forma contingente de organizar unidades políticas relativamente autónomas. El difícil progreso del derecho internacional y la diplomacia descansa en algunos principios básicos, como el respeto a los tratados y el reconocimiento de la igual soberanía de los estados miembros de esta comunidad. Aunque imperfecta, es una forma realista de propiciar la paz.

De eso tenemos buen ejemplo en la mediación papal que contribuyó a evitar un enfrentamiento bélico entre Chile y Argentina en 1978. Por eso Fratelli Tutti, de nuevo de manera perspicaz e inteligente, aboga para que la justicia internacional descanse en una distribución y limitación del poder entre los estados en un escenario en el que organismos internacionales legítimos tengan autoridad para hacer efectivas sus decisiones, teniendo además en cuenta la valiosa contribución que hacen organizaciones de la sociedad civil local y mundial a la defensa de los derechos humanos de los más débiles (FT 170 a 175).

Así pues, nos enfrentamos a un difícil reto: contribuir a una fórmula que, junto al cese inmediato de hostilidades, se haga cargo de la construcción de una paz justa y duradera para el futuro, que permita a cada comunidad política (en este caso Ucrania) resolver civilizadamente sus propios dilemas nacionales. A cada uno de nosotros, probablemente alejados de los grandes centros de decisión, nos cabe involucrarnos desde nuestra pequeñez en favor de una paz justa y de la acción humanitaria en beneficio de los más débiles.

Nuestro mundo interconectado nos permite participar comunitariamente de la formación de opinión pública y de la acción humanitaria en apoyo de poblaciones remotas, pero no olvidemos a quienes son vulnerables a nuestro alrededor, muchos de ellos también víctimas del desorden internacional. Coincide esta reflexión con el inicio de la Cuaresma. Que nuestras acciones de ayuno, penitencia y oración pueden estar orientadas hacia esa solidaridad eficaz e inteligente con los inocentes y necesitados, y con la edificación de una paz fruto de la justicia, que ponga el corazón de los poderosos al servicio de la comprensión mutua y la cooperación. Dios, padre y madre de todos, nos quiere hermanos y no enemigos.