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Jueves 1 de julio de 2021

Editorial: Comunicación para la comprensión mutua

Por: Pbro. Andrés Moro Vargas - Vicario para la Educación, Vocero de la Iglesia de Santiago

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/julio2021/pdf/encuentro.pdf

Aunque se produjo a sus 92 años, la reciente partida de Humberto Maturana se puede considerar temprana. Educador, en más de un sentido, del conjunto de la sociedad chilena, deja un valioso legado tanto científico como cívico. En materias sensibles representó puntos de vista en que podíamos no estar de acuerdo, y de hecho no lo estábamos.

Sin embargo, el núcleo de su enseñanza relativa a las limitaciones biológicas de nuestro conocimiento constituye un gran tesoro, más aún hoy día en que nuestra sociedad cada vez más plural procura construir un amplio acuerdo sobre las bases de su convivencia para las próximas generaciones.

Decía Maturana que había que procurar el respeto, entendido como la aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia. Su investigación no se cansó de poner el acento en la prioridad de la cooperación por encima del conflicto. Para nosotros, esta contribución proveniente de un irreprochable hombre de ciencia, nos ayuda a promover un estilo de comunicación en que el momento de escucha y comprensión mutua antecede al momento del desacuerdo legítimo y de la legítima resolución de disputas, de formas tales que no sean destructivas. En el mes de julio se conmemora el aniversario del Colegio de Periodistas y la instauración del Día del Periodista en Chile.

En nuestro tiempo, el desarrollo de cada vez más potentes instrumentos tecnológicos de comunicación de uso masivo hace de cada uno de nosotros un potencial comunicador social. El periodista se encuentra en la cúspide de esa pirámide que conformamos todos, cada vez más. Se habla mucho de cómo en las redes se difunde un estilo agresivo y violento de expresión, que polariza y divide a la población e, incluso, puede predisponerlo para la violencia. Hay un dejo narcisista al afirmar que, así, cada cual apenas está haciendo uso de su libertad de expresión. Pero se olvida que eso guarda estrecha correlación con el derecho a la información veraz que tienen nuestros interlocutores.

Un ejercicio de la libertad de expresión en servicio de los humores variables del propio ego, quiérase que no, también repercute en la formación de una conciencia torcida u odiosa de la opinión pública de quienes acceden a nuestros mensajes. Por esto es que, en diversos mensajes papales anuales con ocasión de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, se insiste en que la comunicación es una conquista más humana que tecnológica, que no es la tecnología la que determina la autenticidad de los mensajes, sino el corazón del ser humano que se vale de ella.

Comunicar con misericordia; permitir que cada quien sea comprendido en sus propios términos y no según el prejuicio de quien aparente ofrecerle una tribuna neutral pero que termina pareciendo una encerrona; sincerar las propias líneas editoriales para que sean conocidas y puedan ser evaluadas por quienes acceden a nuestras opiniones; suponer la buena fe del interlocutor; rectificar los propios yerros en lugar de ensimismarse en el orgullo; acreditar nuestros dichos con fuentes verificables al alcance de todos; argumentar y evitar recursos falaces; moderar el tono; respetar la dignidad del débil y no convertir su debilidad en espectáculo.

Con ocasión del viaje papal a Jerusalén en mayo de 2014, en que participaron de la delegación vaticana dos amigos personales del Papa, uno de ellos musulmán y otro judío, con quienes rezó y se abrazó en el Muro de los Lamentos, se dijo que el Papa practicaba la diplomacia de la espontaneidad: “Nos reunimos a medio camino, nos tomamos un mate y algo bueno va a ocurrir”. Antes de empezar una polémica, darse el tiempo de simplemente estar con el otro, sentir curiosidad por su punto de vista y compartir el mate. Y luego el desacuerdo será otro, con más deseo de respetar el derecho del interlocutor como legítimo otro a convivir bajo un mismo sol, sobre un mismo suelo, conmigo, con todos.