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Jueves 31 de marzo de 2022

En medio de la invasión de Ucrania, la Iglesia se queda para ayudar a los que sufren

El 24 de febrero comenzó la ofensiva rusa sobre esa nación europea. Mientras los misiles, tanques y cañones martirizaban a la población civil, los sacerdotes y religiosas que estaban allí nos dejaron muy en claro que se quedan junto a su pueblo, acogiendo, sosteniendo, aliviando y sirviendo. “Estamos dispuestos a recibir a la gente en las iglesias, a proporcionarles comida y agua”, señaló en un testimonio para Encuentro el arzobispo de Lviv, monseñor Mieczysław Mokrzycki. En tanto, desde un refugio en Kiev el padre Mateusz nos relató cómo es sobrevivir bajo las bombas. “Rezamos juntos todos los días y adoramos a Jesús Sacramentado”, describió.

Periodista: Magdalena Lira

Desde que comenzó la trágica invasión de Ucrania por Rusia, en febrero pasado, la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN Chile) ha estado en estrecho contacto con la Iglesia ucraniana. Los testimonios recibidos desde ese país son conmovedores. Uno de ellos es el del padre Mateusz, párroco de San Antonio en Kiev. “No puedo decir demasiado sobre el lugar donde nos hemos refugiado por razones de seguri-dad, pero aquí ya somos más de treinta personas”, nos dice.

En muchos refugios las circunstancias son difíciles debido a la falta de espacio, el miedo y las privaciones. “Me cuentan que hay mucha rabia y mucha desesperación, mucho llanto y tristeza. Es un estado de ánimo que unos contagian a otros. En cambio, entre nosotros, el ambiente es algo diferente. Rezamos juntos todos los días y adoramos a Jesús Sacramentado”, describió.

El padre Antonio Vatseba tampoco nos puede decir dónde se encuentra, pero sí nos habla de su trabajo. “A pesar del peligro, continuamos celebrando Misa cada día. También seguimos ofreciendo catequesis y oración online. Estamos apoyando a los refugiados, acogiéndolos en nuestros templos, conventos o casas. Las hermanas, a pesar de la difícil situación, siguen atendiendo a los niños y ancianos de las casas de misericordia. Algunos de ellos han tenido que evacuarlos a lugares más seguros”, expresó.

En otro punto del país, en Járkov, una de las ciudades que ha sido blanco de los ataques rusos más intensos, la casa del obispo fue alcanzada por una bomba. A pesar de eso, monseñor Pavlo Honcharuk permanece en el lugar.

“¿Cómo se encuentran?, le preguntamos. Su respuesta sobrecoge: “Una noche más que sobrevivimos, estamos vivos y bien. Todos los días llegan refugiados buscando una forma de evacuar la ciudad. Nosotros les ayudamos con eso. Hay disparos constantes, esto ya es normal. Todo tiembla y es muy ruidoso… Visitamos regularmente a los enfermos”, explicó. “Ayer pudimos entregar pañales en el hospital psiquiátrico, donde la gente tuvo que pasar varios días sin productos de higiene. El director nos dio las gracias con lágrimas en los ojos. Esa es nuestra misión ahora. Cuando se comparten las penas, se reducen. Estamos organizando la ayuda como podemos”, añadió.

Temor y Desarraigo

“Acá estamos ante un ir y venir. Cada día llegan aquí miles de refugia- dos”, explica el padre Wladyslaw Biszko desde Lviv. En esa ciudad, la casa de retiros y el seminario se convirtieron en una estación de tránsito para los refugiados de distintos lugares de Ucrania que buscan llegar a Polonia. Unas 120 personas alojan ahí permanentemente, esperando volver a sus casas. En su mayoría son madres con sus hijos o personas mayores. La gente duerme en todos los espacios disponibles, incluso en el suelo de las salas de conferencias.

Numerosas congregaciones femeninas también están en la zona de guerra. Conversamos con una religiosa de un convento del norte de Ucrania. Su nombre y el lugar deben permanecer ocultos por razones de seguridad. Nos cuenta que se han tenido que refugiar varias veces en el sótano y duermen con sus hábitos para poder salir corriendo en cualquier momento. Varias bombas han caído cerca del convento. Las hermanas acogen en su convento a familias que temen por sus vidas. Para muchas personas, las religiosas son también un signo de esperanza y orientación. Muchos vecinos aseguran: “Nos quedaremos mientras estén aquí las hermanas. Cuando ellas se vayan, nos iremos también nosotros”.