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Miércoles 1 de septiembre de 2021

Opinión: Religión y Constitución

Por: por Federico Aguirre, Centro de Estudios de la Religión. Facultad de Teología UC

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/agosto2021/

Hace algunos días se desató una polémica en torno a la solicitud de los pueblos originarios de realizar sus ceremonias religiosas al comienzo de la primera sesión de la Convención Constitucional. Entre los argumentos de quienes defendían esta posición, se planteaba la necesidad de realizar un reconocimiento histórico a pueblos que han sido vulnerados y marginados sistemáticamente de la esfera pública nacional. Hubo quienes no estaban de acuerdo, argumentando que permitir este tipo de expresiones va en contra del principio de laicidad del Estado. Seguramente, a algunos/as católicos/as causa recelo que no se inicie la sesión en nombre del único Dios.

Sin entrar a analizar el detalle de la discusión, me gustaría destacar dos puntos que, en el marco del proceso constituyente en el que nos encontramos, me parecen de la mayor relevancia. En primer lugar, creo que es necesario tomar conciencia de que las religiones, desde el momento en que expresan un sentir colectivo y apuntan a transformar la vida de quienes las profesan, son inseparables del espacio público.

Así, para el pueblo mapuche o el pueblo aymara, sus actos rituales no son símbolos sino modos de realización de la vida social. Por otro lado, ante la idea de que la religión es un resabio de culturas premodernas, abundan estudios que ponen en evidencia que la secularización fue apenas un momento de un proceso mucho más amplio y complejo de diversificación del fenómeno religioso, que ha vuelto a renacer en sociedades fuertemente secularizadas.

Defender este lugar público de la religión en ningún caso debe significar un regreso a los estados teocráticos. En este sentido, es fundamental consensuar dónde comienza y hasta dónde llega la incidencia de la religión en un estado que se define como laico, pero que, a su vez, reconoce el derecho de expresión pública de la experiencia religiosa. En segundo lugar, me parece que para quienes profesamos el cristianismo, y en particular para los/as católicos/as, este es un momento privilegiado para replantearnos nuestra identidad, en un doble sentido.

Primero, asumir que en nuestro estado se profesan otras religiones y que la nuestra se instaló en este territorio de manera agresiva y violenta. Segundo, abrirnos a una experiencia del cristianismo en diálogo con estas otras religiones, dado que compartimos un proyecto común en el nuevo Chile que queremos construir. De hecho, el cristianismo latinoamericano está impregnado de la sensibilidad religiosa de los pueblos indígenas, dando lugar a un modo de vivir la fe mayoritariamente popular y festivo.

Es necesario que los/as católicos/as, y aquellos/as que profesan cualquiera otra religión hegemónica, nos demos cuenta de que Chile no es nuestro. Para la Iglesia Católica, que es peregrina, esto es un imperativo. Así, como católico, veo con emoción que mis hermanos/ as mapuche se reúnan en el cerro Huelén y que el pueblo aymara realice una pawa en la Plaza de Armas. Quiero aprender de ellos/as y contarles también de Jesucristo. Espero que el proceso constituyente nos conduzca en esta dirección.