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Artículo

Martes 11 de julio de 2017

Migrantes y la revitalización de la Iglesia

Una silenciosa y profunda revitalización están viviendo hoy las parroquias y sus comunidades en Santiago. Gran parte de este renovado espíritu lo han traído los inmigrantes.

Periodista: Equipo Encuentro

Fuente: Periódico Encuentro

Link fuente: http://www.periodicoencuentro.cl/julio2017

No aflojes, sigue adelante”, le dijo el Papa Francisco a Ofelia Cueva, peruana, 58 años, que llegó como inmigrante a Chile. Hoy es parte del equipo de la casa de acogida para mujeres migrantes que tiene la Iglesia en Santiago junto con la congregación de los Scalabrinianos. Ahí ayuda a otros migrantes. Y su labor fue reconocida por el mismo Papa Francisco, quien la recibió en el pasado mes de febrero cuando participaba en Roma en el VI Foro Internacional Migración y Paz. Ofelia le comentó al Santo Padre lo que hace en Chile: “Yo hago mi trabajo con mucho amor y cariño. Sé el sentimiento de un migrante, lo que es extrañar la casa, la familia, las costumbres, las fechas importantes. Ellos necesitan apoyo, yo los entiendo y les digo que es un sacrificio que uno hace por la misma familia, uno no sale de su país porque quiere, si no por un motivo. Ese motivo es la familia”.

Nunca se imaginó la experiencia de ser recibida por el Papa: “No se puede describir la paz que se siente, nunca pensé estar tan cerca de él, darle la mano y que él me hable. El poder venir aquí y dar mi testimonio junto al Santo Padre es un privilegio que nunca pensé, es una obra de Dios por el trabajo que hago”. El padre Marcio Toniazzo CS, director del Departamento de Movilidad Humana del Arzobispado de Santiago, reconoce la labor de esta mujer. “Ella es la mamá de la casa de acogida, la encargada de alojamiento, del comedor y de la escuela de asesoras de hogar. Ella pasó por lo que hoy viven todos los hermanos que llegan a Chile, los guía, los ayuda y les enseña.

Ella les entrega seguridad, cariño y afecto a los que hoy recién comienzan la aventura de la migración”, expresó el religioso.

Un puente con los que llegan

Berline Coimin es haitiana y describe así el trabajo pastoral que desarrolla en Santiago: “Vengo de Haití y llevo casi cuatro años en Chile. Viajé a Chile por motivo de formación inter congregacional. Llegué en la Parroquia Santa Cruz, de la Zona Oeste, porque vivía cerca y me ofrecí para participar en el grupo de formación de retiro y confirmación. En mi trabajo recibo a chilenos y haitianos para el servicio que necesiten y que esté a mi alcance. En la parroquia soy un puente de información para los extranjeros y me relaciono muy bien con ellos. Lo que más me gusta de mi trabajo es que siento que estoy en un ambiente muy sano sin prejuicios. Dios estuvo siempre cerca de mí y sigue estando. Estoy feliz de lo que hago, aunque no tengo familia en Chile. Pero en la Iglesia me he sentido acogida. Sí y no, porque hay gente que todavía no acepta la presencia de nuevos rostros y colores en Chile”. Vivir al Cristo Migrante Mónica Lara, de 54 años, es de Barranquilla, Colombia. Llegó hace un poco más de tres años en busca de mejores oportunidades. No fue fácil pero, gracias al apoyo que recibió hoy está tranquila y contenta. Cuenta su caso: “Yo tengo cuatro hijos y me vine solo con uno, los otros tres quedaron allá.

Llegué a vivir cerca la iglesia de los Capuchinos, de la Zona Centro. Estuve más de dos meses sin trabajo, pero ahí me ayudaron, incluso me dieron trabajo, fui sacristana por un tiempo. Después, cuando logré regularizar mi situación y me validaron mi título de abogada, pude buscar trabajo en lo mío. Desde el punto de vista laboral y espiritual fui acogida desde la parroquia, pude integrarme a las comunidades, donde pude compartir muchas cosas y ahí comenzamos un trabajo de ayuda a los hermanos migrantes”.

Hoy todos sus hijos ya se encuentran en Chile y más que nunca sigue ligada a la Iglesia: “Participo activamente ayudando a los migrantes que llegan, porque son mis hermanos, conozco la experiencia que ellos están empezando a vivir y sé lo que importante que es encontrar una mano amiga, alguien que te apoye, que te comprenda. Siento que el trabajo que hace la Iglesia de vivir al Cristo migrante es fundamental. Sin esta ayuda muchos no hubiésemos podido”.

Lejos de la Venezuela querida

La comunidad parroquial de la Iglesia de los Sacramentinos tiene una gran participación de venezolanos, quienes dan vida a las actividades propias de la parroquia. Mayelis Navarro, quien lleva seis meses en Chile, comentó que “esto es una forma de que nuestra fe aumente, es una gratitud que se tome en cuenta la patria de Venezuela. La fe la tenemos y quiere que la contagiemos en la comunidad chilena y así será”. Así lo señaló Mayelis luego de la visita que hiciera a esa comunidad el cardenal Ricardo Ezzati. Su marido, José García, también venezolano, señaló: “La verdad es que me pareció súper especial, la energía positiva de la que nos llenó el cardenal nos ayuda a seguir soñando y luchando por nuestro país, que está pasando por la peor crisis de la historia. Esto también nos llama a superarnos como personas”. Unos pasos más allá, Juan García, comentó: “Me parece muy especial, muy carismático por parte del cardenal, esto nos da mucha fuerza, porque estamos muy lastimados por lo que pasa en Venezuela. Acá en este país empezamos una nueva vida y tenemos que aportar nuestra fe, como él dijo, con nuestro trabajo y con todo lo que venimos a hacer”.

Parroquia Latinoamericana: paradigma de acogida

La Parroquia N. Señora de Pompeya (también conocida como Italiana o Latinoamericana), ubicada en la Zona Cordillera, es una de las que más actividad tiene en materia de acogida a migrantes, siendo sede del Instituto Católico Chileno de Migración, INCAMI. El padre Marcio Toniazzo, explica: “La intención que tenemos en nuestra parroquia es darles un trato integral. Es decir, trabajamos la parte social, los ayudamos a buscar empleo, realizamos capacitaciones, los asesoramos en matera legal y les enseñamos más sobre la cultura chilena. Además de esto realizamos un trabajo muy fuerte con la atención religioso cultural, o sea, las celebraciones de sus fiestas patrias y de sus devociones. Una de las cosas que están arraigadas en el corazón de los migrantes, es que pueden dejar todo, perder sus documentos, vivir en otro lado, etc., pero siempre van a tener consigo sus devociones. Y son en éstas donde nosotros los acompañamos fuertemente”. Marcos García y su esposa Lucila Avilés tienen dos hijos y llevan siete años viviendo en Chile. Son peruanos y se vinieron en busca de mejoras oportunidades laborales. Al igual que para todos los hermanos migrantes, al principio no fue fácil, pero en la Parroquia Latinoamericana, donde hoy son los encargados de la pastoral familiar, encontraron un gran apoyo. “En la parroquia conocimos a las comunidades de matrimonios, participamos con mi esposa, después fuimos encargados y estudiamos cursos bíblicos. Hoy, junto a mi señora, somos los encargados de la Pastoral Familiar de la parroquia, hacemos las reuniones dentro o también salimos a las calles a ver a los otros hermanos y ver sus problemáticas. Así como cuando nosotros llegamos pasamos dificultades, ahora damos las facilidades para aconsejar y ayudar a nuestros hermanos en lo que se pueda. La fe es fundamental para mantenernos como migrantes en pie”, cuenta Marcos.

Lección de integración

Yanuri Galindo junto a su esposo, Javier Castillo, e hija, llegaron de Colombia hace tres años por trabajo, y se incorporaron pastoralmente a la parroquia de La Estampa, en la Zona Norte, una de las comunidades que más partido le ha sacado al “boom migratorio”. Acoge a peruanos, colombianos, venezolanos y haitianos, quienes han llevado a reformar la manera de evangelizar de la parroquia, donde casi el 80% de los niños de catequesis son migrantes y el consejo parroquial lo lideran extranjeros. Yanuri trabaja como administradora en la parroquia, mientras que su esposo es el actual coordinador parroquial: “Esto es una forma de agradecer todo lo que Dios y la parroquia nos ha dado”, sostiene Javier. Ellos han aportado con su cultura, costumbres y lenguaje, a una nueva forma de evangelizar. “Hemos querido crear una cultura distinta hacia los migrantes, adaptarnos a sus platos, a su música, a sus costumbres”, agrega el párroco, padre Andrés Moro. “Yo de Chile no me voy hasta viejito. Aquí encontré todo lo que necesito: Dios, seguridad y trabajo. No pido nada más”, confiesa Javier Castillo.

Lenguaje del corazón

 

Beatriz Flores es una mujer chilena que trabaja de manera independiente en capacitaciones y asesorías. Esa independencia le permite realizar labores que no le generan ingresos económicos, pero sí en el corazón. Ella realiza un voluntariado en clases de español para inmigrantes haitianos en la parroquia Damián de Molokai, de San Joaquín, la cual hoy acoge también a decenas de hermanos peruanos, venezolanos y colombianos: “Llegué a ser parte de este trabajo por una invitación del párroco, Padre Claudio Carrasco, quien buscaba personas que apoyaran este proyecto. Decidí responder que sí, aunque con grandes dudas de lo que podía significar. Sin embargo, ha sido maravilloso conocer a tantas personas que realmente necesitan ser parte de nuestra sociedad”, rescata con la alegría al ver el aporte de los hermanos extranjeros a la comunidad y el cariño que recibe tras cada jornada