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Miércoles 11 de mayo de 2022

Vivir resucitadamente y acogiendo a los demás

Por: Pbro. Jaime Tocornal. Vicario para la Pastoral Social Caritas

El día de Pentecostés, en la primera proclamación de Jesús resucitado, al anunciar Pedro a la muchedumbre “aquel al que matasteis, Dios lo resucitó”, quienes lo escuchaban se afligieron profundamente y preguntaron a los apóstoles: “¿Qué debemos hacer?” (Hch 2, 36-37). Este capítulo de los Hechos de los Apóstoles concluye con la exhortación de Pedro de convertirse a Jesús y bautizarse y con una descripción de la primera comunidad cristiana, cuyos miembros vivían unidos y compartiendo el pan en sus casas, con alegría y sencillez de corazón.

Después de celebrar que Jesús, humillado en la Cruz, ha sido reivindicado por el Padre, nos queda esa pregunta que es como un desafío: “¿Qué debemos hacer?” ¿Qué puede significar vivir resucitadamente? El anhelo de vivir y no morir acompaña a la humanidad desde lo más recóndito. Pero inmortalidad no es lo mismo que resurrección. Ya en el libro de los Macabeos (2 Mc 7, 14) se nos anunció que Dios resucitaría a quienes habían sido martirizados por su fidelidad.

La pregunta de la multitud vuelve sobre nosotros y exige nuestra honradez: “¿Qué debemos hacer?” Jesús resucitado no es un nuevo ídolo narcisista que resplandece para dar espectáculo de un enorme poderío. Por el contrario, reivindicado por su Padre como respuesta a su obediencia que le costó la Cruz, de ahora en más nos acompaña para continuar su misión, que no es sino compartir su camino de humanidad, primero encarnada y ahora glorificada, junto a los crucificados de este mundo. 

En un mundo donde parecía que los verdugos triunfaban y los humillados padecían, la noticia de la resurrección lo subvierte todo. Porque es la victoria sobre la muerte y las muchas crucifixiones que mutilan nuestras vidas, pero es una victoria sin vencidos: hace justicia con los inocentes, pero convoca a la restauración de la humanidad del verdugo, del enemigo, incluso de la misma muerte. La respuesta a la pregunta de la multitud reside en instaurar relaciones nuevas, en que quienes han recibido del Padre el regalo del amor incondicional que nos restaura y resucita, compartan con alegría ese regalo y no lo escondan para sí mismos.

Jesús describe su misión diciendo “que ha venido al mundo para que tengamos vida y vida en abundancia”. Todo ser humano intuye este destino y no se conforma con la simple sobrevivencia. En esta intuición central se apoya todo el fenómeno de la migración humana que, en palabras del Papa Francisco, se manifiesta como un “signo de los tiempos”. 

Entonces, ¿qué debemos hacer? Cuando la situación de los migrantes en el norte de Chile se hizo explosiva, fuimos invitados por ACNUR. El equipo de Pastoral Social y Caritas se puso en contacto con las distintas diócesis del norte y se planificó un trabajo que ejecutamos lado a lado en ayuda de nuestros hermanos que ingresan al país en condiciones dramáticas. 

Creemos firmemente que los “migrantes no son un problema sino la solución”, ya que nos desinstalan de nuestras comodidades y nos abren a la igualdad de la raza humana. El documental realizado por el Arzobispado de Santiago durante ese trabajo nace en Colchane como un manantial que corre hasta el mar, inundando Iquique y Antofagasta, principalmente para regar la zona central y sur del país. Hemos visto el dolor, la grandeza y las miserias humanas que se dan en toda población y hemos recordado, como una brújula en nuestro actuar, las palabras con que nuestro Señor nos juzgará: “Era forastero... ¿me acogiste?”.